38 - La transfiguración de Jesús (Mt 17,1-13)

DÍA 38


1. Invoca al Espíritu Santo


2. La Palabra de Dios

La transfiguración de Jesús (Mt 17,1-13)

1 Seis días más tarde, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y subió con ellos aparte a un monte alto.

2 Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz.

3 De repente se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él.

4 Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús: «Señor, ¡qué bueno es que estemos aquí! Si quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías».

5 Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y una voz desde la nube decía: «Este es mi Hijo, el amado, en quien me complazco. Escuchadlo».

6 Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto.

7 Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo: «Levantaos, no temáis». 

8 Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús, solo.

9 Cuando bajaban del monte, Jesús les mandó: «No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos».

10 Los discípulos le preguntaron: «¿Por qué dicen los escribas que primero tiene que venir Elías?».

11 Él les contestó: «Elías vendrá y lo renovará todo. 12 Pero os digo que Elías ya ha venido y no lo reconocieron, sino que han hecho con él lo que han querido. Así también el Hijo del hombre va a padecer a manos de ellos».

13 Entonces entendieron los discípulos que se refería a Juan el Bautista.


3. La Palabra ilumina

El acontecimiento presenta fuertes analogías con el relato de Ex 24,12-18: durante el camino por el desierto, Moisés sube al monte Sinaí: la montaña estuvo recubierta durante seis días por una nube y, al séptimo, Dios le llama desde la nube. Jesús, antes de su éxodo definitivo, sube con tres discípulos a un monte, donde Dios se manifiesta de un modo singular. El cuerpo de Jesús experimenta una transformación que anticipa, por su fulgor, la suerte reservada a los justos en el Reino de su Padre (cf. Mt 13,43). 

Se trata ya de una irrupción de la gloria divina en nuestra humanidad. Su rostro, más resplandeciente que el sol, recuerda y supera la luz del rostro de Moisés, que tuvo que ir con el rostro tapado (Ex 34,29). 

Jesús aparece presentado también como el enviado definitivo de Dios. Junto a Él aparecen, en efecto, Moisés y Elías, los dos justos que resumen la totalidad de la revelación del Primer Testamento (la ley y los profetas) y marcan su cumbre: favorecidos por una experiencia particular de la intimidad divina sobre el monte Sinaí (Ex 34 y 1 Re 19,9-18), no resultaron tocados por la muerte y fueron ligados a la esperanza mesiánica según la tradición. 

Pedro, dirigiéndose a Jesús como Señor título mesiánico entrañable a Mateo, le pide su consentimiento para construir tres tiendas: se trata de una referencia a las tiendas de la fiesta judía de las cabañas, que probablemente se celebraba durante aquellos días, o bien según el lenguaje apocalíptico a las «moradas eternas», donde los justos habrían de gozar de las delicias del Paraíso.

Sobreviene la nube luminosa que indica la presencia de Dios, la Shekiná (presencia), que había tornado posesión del templo erigido por Salomón (1 Re 8,10s). De ella sale la voz que, con su revelación, constituye el núcleo del relato. Las palabras pronunciadas sobre el Hijo son las mismas de la proclamación acontecida en la teofanía del Bautismo (Mt 3,16s). Jesús es el Hijo único, amado y elegido por Dios para la tarea mesiánica, el Profeta definitivo prometido (cf. Dt 18,15). 

Pedro hubiera querido hacer tres tiendas, poniendo a Jesús en el mismo plano de Moisés y de Elías. El Padre muestra que Jesús es la tienda de la presencia y del encuentro entre Dios y el hombre (cf. 1 Cr 17,1-15). Los representantes del Primer Testamento dejarán, en efecto, su puesto a Jesús solo. Es Él Él solo el que lleva a cumplimiento la ley y los profetas y el que cuenta en el tiempo, el amor eterno del Padre; el es la Palabra plena y definitiva para escuchar. 

Mientras que en el episodio del bautismo la voz celestial se dirigía a Jesús, aquí se dirige precisamente a los discípulos, a fin de que comprendan la identidad del Maestro y le sigan.

Solo el evangelista Mateo se detiene en la reacción de los discípulos: ante la voz que venía del cielo, «cayeron de bruces, llenos de espanto» (v. 6). Se quedaron aturdidos por la revelación divina, y solo gracias al gesto y a la palabra de Jesús se pueden levantar, o mejor, al pie de la letra, «resurgir». 

El fragmento concluye con una nueva palabra de revelación por parte de Jesús: les explica que Elías esperado por los maestros de la ley como precursor del Mesías ya ha venido en realidad en la persona de Juan el Bautista, que anticipó también su muerte violenta. De este modo, Jesús se encamina hacia su destino de sufrimiento, que los discípulos también están llamados a compartir, llevando escondida en el corazón la luz del Tabor: esta les permitirá reconocer en los rasgos del desfigurado su rostro más brillante que el sol.


4. Dialoga con el Señor


Dios te bendiga.

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