34 - La fe de la cananea (Mt 15, 21-28)
DÍA 34
1. Invoca al Espíritu Santo
2. La Palabra de Dios
La fe de la cananea (Mt 15, 21-28)
21 Jesús salió y se retiró a la región de Tiro y Sidón. 22 Entonces una mujer cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarle: «Ten compasión de mí, Señor Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo».
23 Él no le respondió nada. Entonces los discípulos se le acercaron a decirle: «Atiéndela, que viene detrás gritando».
24 Él les contestó: «Solo he sido enviado a las ovejas descarriadas de Israel».
25 Ella se acercó y se postró ante él diciendo: «Señor, ayúdame».
26 Él le contestó: «No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos».
27 Pero ella repuso: «Tienes razón, Señor; pero también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de los amos».
28 Jesús le respondió: «Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas».
En aquel momento quedó curada su hija.
3. La Palabra ilumina
La figura de la mujer cananea nos habla a cada uno de muchos modos, según las distintas estaciones de la vida espiritual. No hay auténtica vida de fe que no deba confrontarse, antes o después, con el misterioso silencio de Dios, que parece no escuchar, sino incluso rechazar la oración más apesadumbrada. Jesús mismo grita a su Padre desde lo alto de la cruz su dolor por la experiencia de abandono a la que está siendo sometido: «Desde el mediodía toda la región quedó sumida en tinieblas hasta las tres. Hacia las tres gritó Jesús con voz potente: "Elí, Elí. ¿lemá sabaktani?", que quiere decir: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?"» (Mt 27,46s; cf. Sal 21). Sin embargo, estamos seguros de que Dios no es un Padre que se divierte haciendo sufrir a sus criaturas. Jesús mismo afirma que «el que pide recibe, el que busca encuentra, y al que llama le abre» (Mt 7,7). ¿Porqué, entonces, la duda en la respuesta? ¿Cuál es su sentido? No es posible establecer por qué ha elegido Dios este camino, pero sabemos que le gusta ser invocado durante tiempo, con insistencia, con perseverancia. Como una madre que goza al oír la voz de su hijo, así Dios, a través de la oración, nos tiene junto a Él, haciéndonos crecer en la comunión con Él y en la caridad con los hermanos. En su momento no dejará de oírnos mucho más allá de lo que esperábamos, y la mejor prueba de que nos escucha será precisamente nuestra propia conversión.
Si bien el hombre parte siempre en su relación con Dios de una atención egoísta a sus propias necesidades, con el crecimiento de la fe y del amor su corazón entra en sintonía con la voluntad de Dios, la ama y coopera así de una manera activa en la realización del designio divino de salvación. Este camino solo es posible si crecen en nosotros de modo paralelo la fe y la humildad. Se trata de comprender que Dios es Dios y nosotros somos únicamente sus pequeñas criaturas. Estar en su presencia nos libera verdaderamente de toda presunción y nos abre al don más verdadero, que es reconocer a Dios la sabiduría de quien sabe lo que está bien para todos y para cada uno.
4. Dialoga con el Señor
Dios te bendiga
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