14 - Algunas vocaciones y la tempestad calmada (Mt 8, 18-27)

DÍA 14 

1. Invoca al Espíritu Santo.


2. La Palabra de Dios

Algunas vocaciones y la tempestad calmada. Mt 8, 18-27

18 Viendo Jesús que lo rodeaba mucha gente, dio orden de cruzar a la otra orilla.

19 Se le acercó un escriba y le dijo: «Maestro, te seguiré adonde vayas».

20 Jesús le respondió: «Las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza».

21 Otro, que era de los discípulos, le dijo: «Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre».

22 Jesús le replicó: «Tú, sígueme y deja que los muertos entierren a sus muertos».

23 Subió Jesús a la barca, y sus discípulos lo siguieron. 24 En esto se produjo una tempestad tan fuerte, que la barca desaparecía entre las olas; él dormía.

25 Se acercaron y lo despertaron gritándole: «¡Señor, sálvanos, que perecemos!».

26 Él les dice: «¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe?». Se puso en pie, increpó a los vientos y al mar y vino una gran calma.

27 Los hombres se decían asombrados: «¿Quién es este, que hasta el viento y el mar lo obedecen?».


3. La Palabra que ilumina

La confrontación con la persona de Jesús en este fragmento evangélico es directa y radical. Por eso es decisivo para poner a prueba la calidad de nuestra fe. Los personajes que animan la escena, atraídos por Él, quieren seguirle, pero al mismo tiempo ponen límites a su seguimiento. Se trata de una incongruencia que acontece a menudo, índice de una fe y de un amor todavía débiles. ¿Y nosotros? ¿Estamos dispuestos a permitir que sea el Señor quien dicte de una manera incondicional las modalidades de su seguimiento? Si Él es Dios, debemos amarlo necesariamente con todo nuestro corazón, con todas nuestras fuerzas, por encima de todas las cosas y personas. Ante sus requerimientos pierde sentido toda sensatez humana. El misterio de la llamada divina nos invita a dejarnos guiar por un amor puro, absoluto, total, para el que nada es demasiado exigente; un amor que no se detiene ni siquiera ante las incomprensiones; más aún, que se refuerza y se vuelve más profundo precisamente en las dificultades.

Jesús mismo, venido a la tierra para hacer la voluntad del Padre, nos ofrece el ejemplo. Su cuerpo colgado de la cruz se encuentra ante nuestra mirada como testimonio de que su amor no se detuvo ni siquiera ante el rechazo más crudo. Solo si aceptamos entrar conscientemente en este movimiento oblativo, conoceremos la plenitud de la alegría y de la libertad de quien, por fin, ha encontrado aquello por lo que no solo vale la pena vivir, sino también morir. La Iglesia, insinuada en la barca donde reposa Jesús, es el lugar en el que encuentra apoyo nuestra adhesión a Cristo, a veces entusiasta, a veces temerosa. Cuanto más estemos con Él, más conoceremos su poder. Jesús nos recuerda hoy que no debemos dejarnos asustar por su silencio en los momentos de prueba: Él está verdaderamente con nosotros hasta el final de los tiempos.


4. Habla con el Señor

Concédeme coraje para seguirte Señor. Auméntame la fe.

Dios te bendiga.

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