31 - Primera multiplicación de los panes (Mt 14, 13-21)

 DÍA 31


1. Invoca al Espíritu Santo


2. La Palabra de Dios

Primera multiplicación de los panes (Mt 14, 13-21)

13 Al enterarse Jesús se marchó de allí en barca, a solas, a un lugar desierto. Cuando la gente lo supo, lo siguió por tierra desde los poblados.

14 Al desembarcar vio Jesús una multitud, se compadeció de ella y curó a los enfermos.

15 Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle: «Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren comida».

16 Jesús les replicó: «No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer».

17 Ellos le replicaron: «Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces».

18 Les dijo: «Traédmelos»

19 Mandó a la gente que se recostara en la hierba y tomando los cinco panes y los dos peces, alzando la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente.

20 Comieron todos y se saciaron y recogieron doce cestos llenos de sobras. 21 Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.



3. La Palabra ilumina

Puede suceder que después de haber seguido generosamente a Jesús un buen trecho del camino, adentrándonos con Él en un terreno que se va haciendo cada vez más desértico, nos venga la tentación de preguntarnos: «¿Es razonable lo que estoy haciendo? Tal vez no haya que exagerar. Es bello estar con Él, pero, más allá de la poesía, es preciso tener en cuenta muchas necesidades concretas y cotidianas». Nos inclinamos fácilmente, en efecto, a creer que los problemas que debemos resolver exigen una respuesta inmediata y eficiente, incompatible por completo con la entrega gratuita a Jesús.

La duda puede insinuarse también en el corazón de los discípulos, es decir, de los que han sido llamados a seguir a Jesús más de cerca. ¿Es sensato se preguntan algunos no tener en cuenta las exigencias normales y humanas, cuyo primer y claro ejemplo es el comer y el beber? Sin embargo, Jesús, a través de este relato, referido escrupulosamente por todos los evangelistas, nos recuerda que quien opta por seguirle no queda decepcionado. Del «signo» hemos pasado a la «realidad». Tras la cena del Jueves Santo, multitudes de hombres han podido experimentar a lo largo de los siglos que alimentándose de Jesús, verdadero Pan bajado del cielo para colmarnos de toda dulzura, es posible afrontar situaciones trabajosas sin ceder a la tentación de la duda y del desánimo.

Aquel anochecer, Jesús puso entre las manos de los discípulos el pan y los peces bendecidos para que los distribuyeran: respondía a su temor implicándolos directamente en el milagro que estaba realizando. Ellos obedecieron y experimentaron la alegría de ser dispensadores del verdadero pan que sacia toda hambre. La pobreza humana no es nunca un obstáculo para Dios: abandonándonos con sencillez a la acción de la gracia recibimos la fuerza para llevar a cabo la misión que se nos ha confiado. Si después nos sobrevienen dudas y perplejidades que podrían comprometer nuestro camino espiritual, es sensato confiarnos humildemente al juicio de quienes tienen en la Iglesia la tarea del discernimiento y hacer exactamente lo que nos indiquen. Es más necesario que nunca invocar al Espíritu, a fin de que haga comprender a cada cristiano que Jesús no abandona a quien lo deja todo para seguirle. Él está allí, dispuesto a cambiar todo desierto en un lugar de convite para una fiesta sin fin, a la que debemos desear invitar a todos los hermanos, seguros de que para todos ellos habrá alimento en abundancia. Y puesto que mientras falte alguien a la fiesta no podrá ser plena la alegría, la Iglesia se prodiga para hacer llegar a todos la apremiante invitación.


4. Ora con la Palabra


Dios te bendiga.

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