13 - El leproso, el centurión y la suegra de Pedro (Mt 8, 1-17)

 DÍA 13

1. Invoca al Espíritu Santo


2. La Palabra de Dios

El leproso, el centurión y la suegra de Pedro (Mt 8, 1-17)

1 Al bajar Jesús del monte, lo siguió mucha gente.

2 En esto, se le acercó un leproso, se arrodilló y le dijo: «Señor, si quieres, puedes limpiarme».

3 Extendió la mano y lo tocó diciendo: «Quiero, queda limpio». Y enseguida quedó limpio de la lepra.

4 Jesús le dijo: «No se lo digas a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega la ofrenda que mandó Moisés, para que les sirva de testimonio».

5 Al entrar Jesús en Cafarnaún, un centurión se le acercó rogándole:

6 «Señor, tengo en casa un criado que está en cama paralítico y sufre mucho».

7 Le contestó: «Voy yo a curarlo».

8 Pero el centurión le replicó: «Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo. Basta que lo digas de palabra, y mi criado quedará sano. 9 Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes; y le digo a uno: “Ve”, y va; al otro: “Ven”, y viene; a mi criado: “Haz esto”, y lo hace».

10 Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que lo seguían:

«En verdad os digo que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe.

11 Os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos; 12 en cambio, a los hijos del reino los echarán fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes».

13 Y dijo Jesús al centurión: «Vete; que te suceda según has creído». Y en aquel momento se puso bueno el criado.

14 Al llegar Jesús a la casa de Pedro, vio a su suegra en cama con fiebre; 15 le tocó su mano y se le pasó la fiebre; se levantó y se puso a servirle.

16 Al anochecer, le llevaron muchos endemoniados; él, con su palabra, expulsó los espíritus y curó a todos los enfermos 17 para que se cumpliera lo dicho por medio del profeta Isaías: «Él tomó nuestras dolencias y cargó con nuestras enfermedades».


3. La Palabra que ilumina

Al sermón de la montaña le sigue un serie de diez milagros (capítulos 8-9). Jesús, que había sido presentado por el evangelista como el legislador definitivo, superior a Moisés, aparece ahora en su calidad de obrador de prodigios. Su figura se perfila en la descripción de Mateo de una manera solemne y hierática sobre el fondo de los relatos desbrozados de todos los elementos superfluos. Si la autoridad de su enseñanza («pero yo os digo») le había revelado poderoso en «palabras», ahora se revela como tal también en las obras. La relación entre «palabras» y «obras» es, en efecto, muy estrecha, como se subraya en la primera sección, donde Jesús, al concluir con una cita bíblica de «cumplimiento» tomada del profeta Isaías (53,4), anticipa en los milagros de curación la salvación total del hombre que llevará a cabo con su muerte como Siervo de YHWH.

Los destinatarios de sus intervenciones salvíficas un leproso, un pagano y una mujer representan a la humanidad enferma y marginada por los escrupulosos observantes de la ley y los preceptos, pero sobre a aquellos hacia los que Dios, mediante su Cristo, se inclina con piedad y los levanta con misericordia.

La purificación de los leprosos (vv. 1-4) constituye un claro signo mesiánico. Jesús toca al hombre considerado impuro y le devuelve la salud con la fuerza de su palabra. El segundo milagro la curación del siervo del centurión (vv. 5-13) se lleva a cabo a distancia, poniendo así de manifiesto la eficacia de la Palabra de Cristo. Su poder salvífico no solo anula la lejanía en el espacio, sino que, sobre todo, derriba el muro de separación entre el pueblo elegido y los pueblos paganos: Jesús ofrece la salvación a todos, con tal de que se abran para acogerla mediante la fe. Aparece así de nuevo -como en la adoración de los Magos- el tema de la llamada a los gentiles, característico de Mateo.

Finalmente, la última curación está reservada a una mujer enferma, símbolo transparente de la humanidad enferma, que, al toque de Jesús, «se levantó» de su lecho de muerte se usa el vocabulario de la resurrección de Jesús y, renovada por el amor, revela su nueva identidad poniéndose a servir. Coopera así, con humildad, al plan de salvación universal: con su gesto, también ella, como María, declara: «Aquí está la esclava del Señor» (Lc 1,38).



4. Conversa con el Señor 

Dios te bendiga.

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