18 - La curación de dos ciegos y un sordomudo (Mt 9, 27-34)
DÍA 18
1. Invoca al Espíritu Santo
2. La Palabra de Dios
La curación de dos ciegos y un sordomudo (Mt 9, 27-34)
27 Cuando Jesús salía de allí, dos ciegos lo seguían gritando: «Ten compasión de nosotros, hijo de David».
28 Al llegar a la casa se le acercaron los ciegos y Jesús les dijo: «¿Creéis que puedo hacerlo?». Contestaron: «Sí, Señor».
29 Entonces les tocó los ojos, diciendo: «Que os suceda conforme a vuestra fe».
30 Y se les abrieron los ojos. Jesús les ordenó severamente: «¡Cuidado con que lo sepa alguien!».
31 Pero ellos, al salir, hablaron de él por toda la comarca.
32 Estaban ellos todavía saliendo cuando le llevaron a Jesús un endemoniado mudo. 33 Y después de echar al demonio, el mudo habló. La gente decía admirada: «Nunca se ha visto en Israel cosa igual».
34 En cambio, los fariseos decían: «Este echa los demonios con el poder del jefe de los demonios»
3. La Palabra ilumina
Jesús se presenta hoy también como signo de contradicción (cf. Lc 2,34). Nadie puede permanecer neutral ante Él. Jesús ha venido para realizar un «discernimiento», para llevar a cabo un «juicio», a fin de que quien está ciego, vea, y el que cree ver, se quede ciego (cf. Jn 9,39). Antes que nada hace falta la humildad de reconocer que nuestra vista se encuentra con frecuencia entre tinieblas —por no decir incluso cegada— a causa de los instintos pasionales, por el desorden interior, por el pecado. Nosotros creemos ver muchas cosas, reconocer tal vez determinadas realidades, pero no nos damos cuenta de que somos solo unos pobres ciegos hasta que Jesús no pone su santa mano sobre nuestros ojos abriéndolos sobre un mundo nuevo, un mundo que antes ni siquiera imaginábamos. Tocados por la gracia, aprendemos antes que nada a reconocerle a Él y a reconocer su amor misericordioso, Única vía de acceso para comprender —en el Espíritu Santo— el corazón del Padre. Así es como se nos concede conocer lo que de verdad es importante y lo que es, en cambio, relativo.
También nuestra boca tiene necesidad de soltarse de cuanto le impide abrirse a la alabanza pura y gratuita de nuestro Dios y Señor Jesucristo. Todas las palabras vanas y carentes de sentido que decimos cada día son en realidad palabras mudas si no toman el sentido y el poder de aquel que es la Palabra del Padre. Únicamente si nos reconocemos creados, dependientes de Dios y amados gratuitamente por Él para cooperar en el designio universal de salvación, podremos recuperar nuestra dignidad de hombres y mujeres que «ven» verdaderamente y que saben vivir de lo único necesario, de la palabra de salvación: «Jesús, ten piedad de nosotros, pecadores».
4. Dialoga con el Señor
Dios te bendiga.
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