Semana Santa: 7.1 Vigilia Pascual en la noche santa del Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor.
7. DOMINGO DE PASCUA DE LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR
Llegamos al último día del Triduo Santo, el Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor. Con este título el Misal une la celebración de la Vigilia Pascual en la noche santa y la Misa del día.
Nos detenemos en la riquísima celebración de la madre de todas las vigilias, como decía san Agustín. Ya hemos referido que la reforma del Triduo devolvió el sentido prístino a esta celebración.
7.1 VIGILIA PASCUAL EN LA NOCHE SANTA
Nos recuerda la rúbrica (n. 1 Vigilia Pascual) que, según una antiquísima tradición, esta es una noche de vela en honor del Señor (Éx 12,42). Los fieles, tal y como lo recomienda el evangelio (Lc 12, 35-37), deben asemejarse a los criados que, con las lámparas encendidas en sus manos, esperan el retorno de su Señor, para que cuando llegue los encuentre en vela y les invite a sentarse a su mesa.
La Vigilia ha de ser una en cada parroquia o comunidad y consta de cuatro grandes partes: El lucernario, la liturgia de la Palabra, la bautismal y la eucarística. Aquí desemboca todo el itinerario cuaresmal en su doble aspecto: catecumenal y penitencial.
En los primeros siglos, la Cuaresma tenía un fuerte carácter catecumenal; durante este período los catecúmenos se disponían para recibir la iniciación cristiana en esta noche santa. Este itinerario ha sido recuperado en la reforma litúrgica con la publicación del Ritual de Iniciación Cristiana de Adultos (1972), siendo la Cuaresma para ellos un tiempo de preparación inmediata a su iniciación.
Será a partir del siglo V cuando la Cuaresma adquiera un tinte penitencial. La instauración del Ordo de los Penitentes hizo que también este camino fuese un tiempo de oración y purificación, en el que al final del mismo (Jueves Santo) los penitentes eran reconciliados con el fin de que pudiesen recibir la Eucaristía en la Vigilia Pascual. Este sentido preparatorio, de morir al hombre viejo y nacer con Cristo a la novedad de la Pascua, está presente hoy día.
Primera parte: Lucernario o solemne comienzo de la Vigilia
Todo comienza en la noche. La oscuridad lo envuelve todo, tal y como quedó la tierra al morir Cristo en la cruz. Es esa tiniebla del prólogo de san Juan en la que yacía el mundo desde el pecado original. Cristo, el Verbo de Dios encarnado, ha venido como luz del mundo. La Encarnación es como ese hilo de oro que atraviesa la historia humana en toda su entretela; Cristo entra en este mundo en el silencio y en la noche de Belén asumiendo todo lo humano para redimirlo en la cruz. Y así, definitivamente, asumiendo la noche de la creatura, al padecer muerte de cruz, es capaz de sacar este hilo de oro en la noche de la resurrección, cuya mañana se convierte para siempre en claridad, uniendo lo humano y lo divino; haciendo que la luz de su resurrección ilumine toda la historia humana.
Bendición del fuego y preparación del cirio
El sacerdote hace una monición y utiliza la expresión "esta noche" que se repetirá en el pregón pascual, en el prefacio, y en la plegaria eucarística. Se refiere al hoy de la Liturgia. Estamos viviendo la Pascua eficazmente; aquí y ahora Cristo derrama sobre nosotros las mismas gracias que se vertieron sobre la humanidad aquella noche sagrada. Recuerda, asimismo, cómo nos unimos a todos los creyentes, diseminados por el mundo, recordando la Pascua del Señor, para que, escuchando su Palabra y celebrando sus misterios, podamos tener parte en su triunfo.
En medio de la oscuridad se enciende una hoguera. Este fuego nuevo es bendecido, así lo llama la oración a tal efecto. Fuego nuevo porque es imagen del Hombre nuevo, Cristo Jesús, luz de las naciones. La oración de bendición pide que, al celebrar las fiestas de Pascua, se encienda en nosotros deseos tan santos que podamos llegar con corazón limpio a las fiestas de la eterna luz. El uso más antiguo de encender el cirio en Roma lo encontramos en el Gelasino Vetus, se hacía a partir de una luz conservada del Viernes Santo. Fuera de Roma, a finales del siglo VIII, la luz se toma de otro fuego nuevo. Hasta el siglo XII, en el Pontifical Romano, no encontramos una fórmula de bendición del fuego. Este año se omite este rito.
Este fuego va a encender la luz del cirio, símbolo de Cristo resucitado. Así los fieles serán encendidos en el amor a Cristo, para mantenerse como hijos de la luz hasta el encuentro con Él.
Comienza ahora un rito cristológico sobre el cirio. Con un punzón el sacerdote traza la señal de la cruz. Después, traza en la parte superior de esta cruz la letra griega alfa, y debajo de la misma la letra griega omega; en los ángulos que forman los brazos de la cruz traza los cuatro números del año en curso (n. 11, Vigilia Pascual).
Mientras hace estos signos, dice:
Cristo ayer y hoy,
Graba el trazo vertical de la cruz.principio y fin,
Graba el trazo horizontal.alfa
Graba la letra alfa sobre el trazo vertical.y omega.
Graba la letra omega debajo del trazo vertical.Suyo es el tiempo
Graba el primer número del año en curso en el ángulo izquierdo superior de la cruz.y la eternidad.
Graba el segundo número del año en curso en el ángulo derecho superior de la cruz.A él la gloria y el poder,
Graba el tercer número del año en curso en el ángulo izquierdo inferior de la cruz.por los siglos de los siglos. Amén.
Graba el cuarto número del año en curso en el ángulo derecho inferior de la cruz.
Es toda una catequesis acerca del poder del Hijo de Dios, que ha sido levantado por la resurrección a lo más alto (Flp 2,11). Cristo es el principio y el fin, alfa y omega (Ap 1,8).
La cruz, que se va trazando, no es un signo de derrota y humillación, sino que ha sido transfigurada por la fuerza de su amor en signo de esperanza y de vida. La cruz ha realizado una nueva creación, levantando a todo hombre de todo lugar y tiempo.
Este gesto halla una conexión directa con la cruz y evidencia la identidad entre el crucificado y el resucitado. El árbol de la cruz que se alzaba en la liturgia del Viernes Santo, lo encontramos ahora en alto, lleno de luz y de vida. Por eso, en este momento la liturgia propone otro gesto profundísimo: la introducción en el cirio cinco granos de incienso, en forma de cruz. Se trata de un gesto que encontramos por primera vez en el siglo X, en el Pontifical Romano Germánico y que pronto se extenderá a toda Europa:
Por sus llagas / 2. santas y gloriosas, / 3. nos proteja / 4. y nos guarde / 5. Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Es ahí, como los mismos discípulos en las apariciones, donde vemos esa continuidad entre el cuerpo crucificado y resucitado del Maestro: Mirad mis manos y mis pies, soy yo, no soy un fantasma (Lc 24,39). Los cinco granos de incienso evocan las cinco llagas de la pasión, entonces llenas de sangre y dolor; ahora traspasadas de luz, vida y buen olor.
Un muerto, tras descomponerse en el sepulcro, desprende un hedor desagradable. Jesucristo es el Eterno viviente, que no muere más; por eso sus heridas desprenden perfume, el de la caridad y la verdad, que hacen bella su figura ante nuestros ojos.
En este momento, el sacerdote enciende el cirio pascual con el fuego nuevo, diciendo: La luz de Cristo, que resucita glorioso, disipe las tinieblas del corazón y del espíritu.
Como vemos, se trata de todo un rito cristológico que revela la profundidad de esta columna de fuego que va a comenzar a guiar al nuevo pueblo de Dios a través de la noche.
Ahora, como el Domingo de Ramos, el sacerdote precede la procesión hasta la iglesia. Él porta al mismo Cristo, a quien representa, y como Israel -tal y como actualizará la lectura del paso del Mar Rojo- guía al nuevo Israel en la noche de la liberación. Asimismo, como el Viernes Santo, hay tres paradas en las que el sacerdote muestra a Cristo-Luz diciendo: Luz de Cristo; a lo que la asamblea responde: Demos gracias a Dios.
La primera parada es en la puerta de la iglesia, imagen de Cristo. En este gesto se completa el Misterio Pascual (muerte y resurrección) que ya veíamos en la tarde de la Pasión. Cada vez que un cristiano entra por la puerta recuerda y actualiza su propia Pascua, su Bautismo. Es lo que vamos a renovar en esta noche sagrada.
La segunda parada es en medio de la asamblea. Este Cristo resucitado, al igual que crucificado, se para en medio de los fieles por los que iba a la cruz, por los que ha resucitado. Estos pueden entender que en sus heridas han sido curados y participan de esa salvación recibiendo la luz del resucitado. Es en este momento donde la luz se distribuye a los fieles, aumentado así el resplandor de la Pascua.
El tercer lugar es junto al altar, completando de igual modo el gesto del Viernes Santo al ser el altar expresión de la actualización de los dos aspectos del único Misterio Pascual.
Tras haber cantado el último Luz de Cristo, el ministro coloca junto al ambón el Cirio pascual; una vez incensados el libro y el Cirio, anuncia el pregón pascual en el ambón, estando todos de pie y con las velas encendidas en las manos. La postura es la del Resucitado y las velas encendidas evidencian que en su Resurrección hemos resucitado todos (cf. Col 2,12).
Encontramos en las distintas liturgias diferentes cánticos, con diferentes nombres según lo que cada una quisiera destacar: Exultet, por ser el incipit del texto; benedictio cerei, porque es el fin de dicha pieza; laus cerei, porque constituía una alabanza a la “columna de fuego” que es el cirio; en la actualidad se denomina praeconium paschale, por la solemnidad con que anuncia la gran fiesta de la Pascua de Resurrección.
El canto de la benedictio o laus cerei era ya en el siglo V-VI una praxis generalizada. El Exultet lo encontramos en el Misal de la Curia de Inocencio III, siglo XIII, y en el de 1570. La estructura corresponde al prefacio romano. Comienza con una invitación a la alegría tanto al cielo como a la tierra, que en esta noche se estrechan por el gozo de la Resurrección de Cristo. Después encontramos la triple invitación del prefacio. El cuerpo del pregón es una larga anamnesis del misterio de la salvación: en primer lugar se hace referencia a la deuda de Adán (cf. Gén 3,1), cancelada por la sangre de Cristo (cf. Col 2,14); en segundo, a la fiesta de Pascua, cumplida en Cristo, verdadero Cordero cuya sangre consagra la puerta de los fieles (cf. Éx 12,1-12); en tercer lugar, a la salida de Egipto (cf. Éx 14,15-15,1a), tanto a la columna de fuego, como al paso del mar Rojo (actualizado en la procesión anterior). Estas anamnesis son introducidas por la actualización esta noche. El pueblo de Israel esperaba la venida del Mesías en la noche, evocando la de la creación, la de Abraham, la del Éxodo... Así es como también nosotros esperamos la venida del esposo en la noche (cf. Mt 25, 1-13): Esta es la noche de la que estaba escrito: «Será la noche clara como el día, la noche iluminada por mi gozo» (Is 60,19).
El autor pasa a realizar una preciosa y profunda reflexión teológica: ¿De qué nos serviría haber nacido si no hubiéramos sido rescatados? ¡Qué asombroso beneficio de tu amor por nosotros! ¡Qué incomparable ternura y caridad! ¡Para rescatar al esclavo, entregaste al Hijo! Necesario fue el pecado de Adán, que ha sido borrado por la muerte de Cristo. ¡Feliz la culpa que mereció tal Redentor!
A continuación, vuelve a la Resurrección de Cristo, pasando a su vez a la resurrección moral de la humanidad, en concreto a la Iglesia (ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia, doblega a los poderosos). Denomina al cirio sacrificio vespertino de alabanza, ya que es símbolo del Misterio pascual. Esta columna de fuego es una ofrenda al Padre elevada por los ministros de la Iglesia; es una ofrenda que ha de arder sin apagarse, como el sacrificio eterno de Cristo, para destruir la oscuridad de la noche de este mundo, que contrasta con esta noche (la noche de Dios y de su Resurrección). Este cirio, que es Cristo, une cielo y tierra, lo humano y lo divino y nos asocia a las lumbreras celestes.
Concluye el pregón con una bella alusión a la Resurrección de Cristo: Que el lucero matinal lo encuentre ardiendo: ese lucero que no conoce ocaso, y es Cristo, tu Hijo resucitado, que, al salir del sepulcro, brilla sereno para el linaje humano, y vive y reina por los siglos de los siglos.
Segunda parte: Liturgia de la Palabra
Esta segunda parte es prolongación de la primera. Si ha sido la columna de fuego la que nos ha guiado como nuevo pueblo de la Pascua, ahora es esta misma columna, Cristo, quien ilumina toda Escritura para comprender el alcance de la misma y el cumplimiento definitivo en su persona. Por eso, si fuera posible, sería muy conveniente que todas las luces del templo permanecieran apagadas, para leer a la luz del Resucitado todo el Antiguo Testamento.
Este era el nervio de la antigua celebración. La Vigilia consistía en permanecer en vela proclamando los textos de la Escritura hasta el despuntar del día, en que tenía lugar la proclamación del Evangelio, Cristo, luz que nace de lo alto. En la primavera de Roma a las cuatro de la madrugada inicia el alba. Hasta el siglo V, la Vigilia fue esencialmente nocturna. Había diez lecturas del AT y dos del NT (tradición Gelasiano Vetus) y encontramos hasta doce lecturas del AT y dos el NT (tradición Gallicana, que luego pasa al Misal de 1570).
La reforma de la Vigilia propuso nueve lecturas: siete del AT y dos del NT (epístola y evangelio). Donde sea posible, han proclamarse todas, para salvaguardar el carácter vigiliar de la misma.
Por motivos graves de orden pastoral puede reducirse el número de lecturas del AT; pero téngase siempre en cuenta que la proclamación de la Palabra divina es parte fundamental de esta Vigilia pascual. Deben proclamarse, por lo menos, tres lecturas del AT, concretamente de la Ley y los Profetas, y cantarse los respectivos salmos responsoriales. Nunca puede omitirse la lectura del capítulo 14 del Éxodo (tercera lectura) ni su canto (n. 21 Vigilia pascual).
Antes de comenzar la Liturgia de la Palabra el sacerdote hace una monición en la que invita a los fieles a escuchar en silencio creyente la Escritura, los acontecimientos más significativos de la historia sagrada, y a orar intensamente, para que el designio de salvación universal, que Dios inició con Israel, llegue a su plenitud y alcance a toda la humanidad por el misterio de la resurrección de Jesucristo.
Las lecturas del AT que se proponen son:
Gén 1, 1-2, 2. El relato de la creación. La bondad inicial de la creación (vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno), que fue herida por el pecado original ha sido levantada por la obediencia de Cristo. A esta lectura respondemos con el salmo 103 (opción 1): Envía tu espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra (v.30) o con el salmo 32 (opción 2): La misericordia del Señor llena la tierra (v.5b).
Gén 22, 1-18. El relato del sacrificio de Abrahán, nuestro padre en la fe. En él, un padre es puesto a prueba; Dios le pide que sacrifique a Isaac, el hijo de la promesa. La obediencia exquisita de Abraham, dispuesto a entregar a su hijo, hace que Yavhé detenga el cuchillo y proporcione una víctima sustitutoria, el cordero. Este es imagen de Cristo, que, en otro monte, el Calvario, está presente junto a su Padre. La diferencia es que ahora, el Padre no se reserva a su Hijo, que, como Cordero, es entregado a la muerte ocupando el lugar de los hijos, que son rescatados a precio de su sangre inocente. A esta lectura respondemos con el salmo 15: Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti (v.1).
Éx 14, 15-15, 1a. El relato de la salida de Egipto. El pueblo liberado de la esclavitud es conducido por la mano de Moisés a la tierra de la promesa. La columna de fuego les guía en medio de la noche y Yavhé se muestra providente abriendo las aguas del mar Rojo. Al cruzar y ver cómo los enemigos eran sepultados por las aguas, el pueblo creyó, temió y cantó un cántico a su Señor, que la liturgia poneen labios de toda la asamblea, sin decir en esta ocasión Palabra de Dios. Así proclamamos: Cantaré al Señor, gloriosa es su victoria (Éx 15, 1b). Este itinerario es imagen del Bautismo, donde muertos con Cristo surgimos con Él a una vida nueva.
Is 54, 5-14. El relato de Isaías nos presenta a Dios como el esposo fiel, quien, a pesar de la infidelidad de su pueblo, vuelve a reunirse con él con gran cariño, mostrando el amor eterno que le profesa. En esta imagen, el Señor se revela como el libertador que rescata a su esposa infiel, evocando los desposorios eternos de Cristo con toda la humanidad, una humanidad que, como esposa rebelde, ha buscado otros amores. Sin embargo, la fidelidad y entrega extrema de Cristo limpia el rostro de su Esposa, alejando de ella la opresión, el temor y el terror. Con ello, constituye a este nuevo pueblo como discípulo del Señor, marcado por el amor eterno y la fidelidad. Respondemos con el salmo 29: Te ensalzaré, Señor, porque me has librado (v. 2a).
Is 55, 1-11. El profeta invita a todos a participar en los bienes de la nueva alianza, una promesa asegurada a David. Esta es una llamada a la conversión mientras haya tiempo (v. 6-11), ya que esa alianza será sellada por la sangre de Cristo. Se nos invita a acudir a Él para tener vida, y el banquete preparado sobre el monte deja satisfechos a todos los que participan en él. Este banquete apunta a la comunión con Cristo, sabiduría encarnada, y a la salvación que Él ofrece frente a la necedad del mundo. Respondemos con el mismo profeta, en Isaías 12: Sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación.
Bar 3, 9-15. 32-4, 4. En este pasaje, el profeta Baruc nos invita a volver a caminar al resplandor del Señor, quien es la fuente de prudencia, sabiduría e inteligencia. El Señor ha dejado su ley para que vivamos en ella. En la cruz encontramos a la Sabiduría misma, y nos ha dado el Espíritu Santo para guardar y cumplir sus mandamientos con amor. Respondemos con el salmo 18, tomando como versículo las palabras de san Juan en el discurso del pan de vida: Señor, tú tienes palabras de vida eterna (Jn 6, 68c).
Ez 36, 16-17a. 18-28. El relato muestra cómo Israel se apartó de Yavhé, profanando su nombre, pero Dios, compasivo, promete recogerlo de entre las naciones y llevarlo a su tierra. Derramará sobre ellos un agua pura y les dará un corazón nuevo, para que guarden sus mandamientos. Es la promesa cumplida en la cruz, donde Cristo nos da su Espíritu, que mora en nosotros y nos mueve a cumplir los mandamientos del Señor por amor. Respondemos con el salmo 41: Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío, si no hemos cantado en la quinta lectura el salmo 12: Sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación.
Cada una de las lecturas y salmos es seguida de una oración, en la que la Iglesia, con fe, dirige una petición hacia Cristo, cumplimiento de toda la Escritura. La última oración, tras la séptima lectura, resume bellamente todo lo dicho: Oh Dios, que para celebrar el Misterio pascual nos instruyes con las páginas de ambos Testamentos, danos a conocer tu misericordia, para que, al percibir los bienes presentes, se afiance la esperanza de los futuros.
Después de esta última oración, se encienden los cirios del altar y el sacerdote entona el himno del Gloria, que todos siguen mientras suenan las campanas, como es costumbre en muchos lugares. Este himno es muy importante, pues es el primer momento del regreso al Gloria tras haberlo omitido durante la Cuaresma, y como en la Navidad, expresa la unión entre cielo y tierra: Dios entra en el tiempo, elevando a su creatura hacia la eternidad.
Esta primera parte de la Liturgia de la Palabra se cierra con la oración colecta de la Misa, en la que se hace anamnesis de la luz que inunda esta noche santísima, pidiendo que el espíritu de la adopción filial se avive en la Iglesia para que, renovados en cuerpo y alma, nos entreguemos plenamente a su servicio.
A continuación, se proclama la epístola (Rom 6, 3-11), que nos recuerda que Cristo nos ha hecho partícipes de su Misterio pascual. San Pablo nos invita a considerar nuestra unión con Cristo en su muerte y resurrección a través del Bautismo, que nos hace muertos al pecado y vivos para Dios.
Luego, se canta el Aleluya, proclamado por el diácono al obispo: Os anuncio una gran alegría, el canto del Aleluya, cántico que hemos ayunado durante toda la Cuaresma y que expresa nuestra alabanza al Señor por su victoria sobre el pecado y la muerte: Aleluya, aleluya, aleluya. Se acompaña por el salmo 117: Te damos gracias, Señor, porque tu misericordia es eterna.
El Evangelio de la Resurrección se proclama según el ciclo litúrgico del evangelista correspondiente:
Mateo 28, 1-10: Ha resucitado y va por delante de vosotros a Galilea (A).
Marcos 16, 1-7: Jesús el Nazareno, el crucificado, ha resucitado (B).
Lucas 24, 1-12: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? (C).
Tercera parte: Liturgia bautismal
Después de haber vivido las dos primeras partes bajo el fuerte signo de la Luz, en esta tercera parte nos adentramos en el signo del Agua. Luz y Agua, dos elementos esenciales en nuestra vida cristiana, nos hablan de la nueva vida que se inició en nosotros el día de nuestro Bautismo. Son dos temas que han estado presentes a lo largo de la Cuaresma, especialmente en los domingos del ciego de nacimiento (IV) y de la samaritana (III), que están orientados hacia la Vida, culminando en el último Domingo, el de Lázaro (V). Llegamos, por tanto, al punto culminante del Triduo Santo, de la Semana Santa, de la Cuaresma y de todo el Año Litúrgico: la renovación de las promesas bautismales.
La Liturgia bautismal tiene una doble modalidad ritual, dependiendo de si hay o no celebraciones de Bautismo o iniciación cristiana. En el segundo caso, que es lo ideal, después del llamamiento, se realiza una procesión hacia la pila bautismal mientras se cantan las letanías de los santos. A continuación, se procede a la bendición del agua bautismal. En este momento, tiene lugar el interrogatorio sobre las renuncias (tanto a los adultos como a los padres de los niños) y la unción con óleo catecumenal, si no se ha administrado previamente durante los ritos preparatorios. Se realiza el interrogatorio acerca de la profesión de fe, y aquí se puede incluir la renovación de las promesas bautismales de toda la asamblea. Tras ello, se celebra el Bautismo; si son niños, se les realiza la crismación. También se les entrega la vestidura blanca a los niños y adultos, así como la luz del cirio pascual. Es importante señalar que se omite el effetá en los niños. Luego, todos regresan a sus lugares, y si el obispo no está presente, el sacerdote administra la Confirmación a los adultos.
Este primer modelo de la Liturgia bautismal resalta la riqueza que ha supuesto la recuperación de la iniciación cristiana completa, ya que en una única celebración se administran y reciben tres sacramentos, iniciándose así la vida cristiana en su plenitud. Es fundamental destacar la invocación a los santos, quienes, desde el primer momento de nuestra vida cristiana, salen a nuestro encuentro como intercesores, modelos y amigos. También es significativo el fuerte sentido de comunidad que acoge, acompaña y ora por todos los candidatos, viendo con alegría el crecimiento de sus miembros.
En el segundo modelo, si no se celebran bautizos, se pasa directamente a la bendición del agua común. Con esta agua, hacemos memoria de nuestro Bautismo, pidiendo que nos renueve y nos ayude a permanecer fieles al Espíritu Santo. La oración en este momento recuerda cómo Dios se ha servido del agua en la historia de salvación: en la creación como principio de vida, como causa de purificación en la liberación de la esclavitud, como remedio contra la sed cuando se golpeó la roca, y finalmente, el agua adquiere un significado renovado en el Jordán, donde Cristo la santificó e inauguró el Bautismo. Al recibir esta agua, revivimos ese sacramento en nosotros.
Si no se ha hecho en la profesión de fe de la iniciación cristiana, se renuevan las promesas bautismales. Este acto tiene una fuerte conexión con el sentido de la Cuaresma, un tiempo de preparación para morir al hombre viejo y renacer a la vida nueva en Cristo. Es relevante notar que las preguntas se formulan en plural, ya que se nos interroga como pueblo de Dios, pero la respuesta es personal, porque cada uno responde ante Dios de manera individual. En este momento, rechazamos personalmente al demonio y a sus obras.
Cuarta parte: Liturgia eucarística
Esta última parte, como en cada Eucaristía, actualiza el Misterio pascual. Hoy, de manera más profunda que nunca, la noche pascual se vive con especial intensidad: en esta noche se dice el prefacio de la Vigilia Pascual, donde las plegarias eucarísticas introducen tres diferentes invocaciones: Para celebrar la noche santa (I), en la noche santísima (II) y en la noche gloriosa (III).
Asimismo, en las plegarias eucarísticas debe hacerse mención de los bautizados, conforme a lo que establece cada una de ellas. Es importante que los neófitos reciban la sagrada Comunión bajo ambas especies, junto con los padrinos, padres y cónyuges católicos. También sería conveniente, con el consentimiento del Ordinario, que toda la asamblea pueda recibir la sagrada Comunión bajo las dos especies (cf. n. 63 Vigilia Pascual).
Tras la oración después de la Comunión, en la que pedimos vivir en concordia y amor, se realiza la triple bendición y la despedida de la asamblea con el podéis ir en paz, aleluya, aleluya, a lo que el pueblo responde: Demos gracias a Dios, aleluya, aleluya. Esta despedida se extenderá durante toda la Octava de Pascua y servirá como broche de oro al final de la Pascua en el Domingo de Pentecostés.
Para preparar los textos de la Liturgia de la Palabra:
http://textosparalaliturgia.blogspot.com/2017/03/leccionario-i-vigilia-pascual-en-la.html
Para preparar la celebración:
http://textosparalaliturgia.blogspot.com/2017/04/misal-romano-tercera-edicion-vigilia.html
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