Semana Santa: 6. Sábado Santo
6. SÁBADO SANTO
¿Qué es lo que hoy sucede? Un gran silencio envuelve la tierra; un gran silencio porque el Rey duerme. La tierra temió sobrecogida, porque Dios se durmió en la carne y ha despertado a los que dormían desde antiguo. Dios ha muerto en la carne y ha puesto en conmoción al abismo. (Homilía antigua sobre el grande y santo Sábado. Anónimo).
El silencio es la oportunidad que Dios nos ofrece para entrar en su Misterio de bondad. El silencio es más importante que cualquier otra obra humana; manifiesta a Dios. El silencio es liturgia, porque es presencia del Dios que transforma el interior de aquellos que se abren con humildad a este que es su lenguaje. Pudiera parecer que el Sábado Santo es un día anodino, sin embargo, es cuando el Espíritu Santo dispone a su Iglesia para realizar en su entraña algo nuevo, la Pascua de su Señor, la renovación de su ser hijos en el Hijo (cf. Ef 1,4). Qué importante es dejarse envolver en este silencio de Dios; qué importante es comenzar a hablar este lenguaje.
La reforma de Pío XII recuperó este día santo (1951-1956). Cuando el Bautismo de niños se fue generalizando, la noche se convirtió en un problema para su administración. Los niños no podían aguantar toda la noche en vela y así la Vigilia Pascual se trasladó a la mañana, sufriendo un daño en su misma entraña. Los libros litúrgicos del siglo XII establecen la hora sexta como adecuada para su celebración e incluso la tercia. El mismo Pío V con la Bula Sanctissimus (20.03.1566) prohíbe la Misa después del mediodía.
Durante el Sábado Santo, la Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su pasión y muerte, su descenso a los infiernos, y esperando su resurrección en oración y ayuno.
Estas son las tres claves del día: acompañar a Cristo en el sepulcro, meditando -como sabiamente nos enseña la piedad popular- junto a la soledad de María los misterios de la entrega de su Hijo Jesús en la esperanza profunda de su Corazón doloroso, sabedor de que su Hijo cumplirá la promesa de resucitar al tercer día (cf. Mt 17, 23).
Asimismo, es el momento en que Cristo muerto, en su alma unida a su persona divina, descendió a la morada de los muertos. Abrió las puertas del cielo a los justos que le habían precedido (CEC 637). El Oficio divino nos ofrece una preciosa lectura de un autor anónimo, en la que Cristo establece un diálogo con Adán y que reproducimos aquí como objeto de detenida meditación:
"Va a buscar a nuestro primer padre como si fuera la oveja perdida. Quiere absolutamente visitar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte. Él, que es al mismo tiempo Dios e Hijo de Dios, va a librar de su prisión y de sus dolores a Adán y a Eva. El Señor, teniendo en sus manos las armas vencedoras de la cruz, se acerca a ellos. Al verlo nuestro primer padre Adán, asombrado por tan gran acontecimiento, exclama y dice a todos: «Mi Señor esté con todos». Y Cristo, respondiendo, dice a Adán: «Y con tu espíritu». Y tomándolo por la mano le añade: Despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz. Yo soy tu Dios, que por ti y por todos los que han de nacer de ti me he hecho tu hijo; y ahora te digo que tengo el poder de anunciar a los que están encadenados: «salid»; y a los que se encuentran en las tinieblas: «iluminaos»; y a los que dormís: «levantaos». A ti te mando: despierta tú que duermes, pues no te creé para que permanezcas cautivo en el abismo; levántate de entre los muertos, pues yo soy la vida de los muertos. Levántate, obra de mis manos; levántate, imagen mía, creado a mi semejanza. Levántate, salgamos de aquí, porque tú en mí, y yo en ti, formamos una sola e indivisible persona. Por ti yo, tu Dios, me he hecho tu hijo; por ti yo, tu Señor, he revestido tu condición servil; por ti yo, que estoy sobre los cielos, he venido a la tierra y he bajado al abismo; por ti me he hecho hombre, semejante a un inválido que tiene su cama entre los muertos; por ti, que fuiste expulsado del huerto, he sido entregado a los judíos en el huerto, y en el huerto he sido crucificado. Contempla los salivazos de mi cara, que he soportado para devolverte tu primer aliento de vida; contempla los golpes de mis mejillas, que he soportado para reformar, de acuerdo con mi imagen, tu imagen deformada; contempla los azotes en mis espaldas, que he aceptado para aliviarte del peso de los pecados, que habían sido cargados sobre tu espalda; contempla los clavos que me han sujetado fuertemente al madero, pues los he aceptado por ti, que maliciosamente extendiste una mano al árbol prohibido. Dormí en la cruz, y la lanza atravesó mi costado, por ti, que en el paraíso dormiste, y de tu costado diste origen a Eva. Mi costado ha curado el dolor del tuyo. Mi sueño te saca del sueño del abismo. Mi lanza eliminó aquella espada que te amenazaba en el paraíso. Levántate, salgamos de aquí. El enemigo te sacó del paraíso; yo te coloco no ya en el paraíso, sino en el trono celeste. Te prohibí que comieras del árbol de la vida, que no era sino imagen del verdadero árbol; yo soy el verdadero árbol, yo, que soy la vida y que estoy unido a ti. Coloqué un querubín que fielmente te vigilara; ahora te concedo que el querubín, reconociendo tu dignidad, te sirva. El trono de los querubines está preparado, los portadores atentos y preparados, el tálamo construido, los alimentos prestos, se han embellecido los eternos tabernáculos y moradas, han sido abiertos los tesoros de todos los bienes, y el reino de los cielos está preparado desde toda la eternidad."
La Iglesia se abstiene del sacrificio de la Misa, quedando por ello desnudo el altar hasta que, después de la solemne Vigilia o expectación nocturna de la resurrección, se inauguren los gozos de la Pascua, cuya exuberancia inundará los cincuenta días pascuales.
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