63 - Conspiración de los jefes de la sinagoga y unción en Betania (Mt 26, 1-13)
DÍA 63
Comenzamos los dos últimos capítulos de esta aventura.
1. Invoca al Espíritu Santo
2. La Palabra de Dios
Conspiración de los jefes de la sinagoga y unción en Betania (Mt 26, 1-13)
1 Cuando acabó Jesús todos estos discursos, dijo a sus discípulos:
2 «Sabéis que dentro de dos días se celebra la Pascua y el Hijo del hombre va a ser entregado para ser crucificado».
3 Entonces se reunieron los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo en la casa del sumo sacerdote, llamado Caifás, 4 y se pusieron de acuerdo para prender a Jesús a traición y darle muerte.
5 Pero decían: «Durante la fiesta no, para que no se ocasione un tumulto entre el pueblo».
6 Hallándose Jesús en Betania, en casa de Simón, el leproso, 7 se le acercó una mujer llevando un frasco de alabastro con perfume muy caro y lo derramó sobre su cabeza mientras estaba a la mesa.
8 Al verlo los discípulos se indignaron y dijeron: «¿A qué viene este derroche?
9 Esto se podía haber vendido muy caro y haber dado el producto a los pobres».
10 Dándose cuenta Jesús les dijo: «¿Por qué molestáis a la mujer? Ha hecho conmigo una obra buena. 11 Porque a los pobres los tenéis siempre con vosotros, pero a mí no me tenéis siempre.
12 Al derramar el perfume sobre mi cuerpo, estaba preparando mi sepultura.
13 En verdad os digo que en cualquier parte del mundo donde se proclame este Evangelio se hablará también de lo que esta ha hecho, para memoria suya».
3. La Palabra ilumina
Jesús mismo quiso unir de manera indisoluble al anuncio del Reino la memoria de la mujer que, con un providente gesto de amor, ungió su cabeza con el aceite perfumado y precioso, en un marco altamente dramático, atravesado por negras sombras. Por una parte, el complot de las máximas autoridades religiosas y políticas; por otra, la traición de uno de los Doce; y en el centro de la narración, brillando con total intensidad, un gesto totalmente gratuito y amoroso: la unción del cuerpo de Jesús, preludio de su muerte violenta, pero, aún más, prenda de su resurrección. Jesús mismo es el frasco preciosísimo que el odio humano rompe para que desde Él se difunda la fragancia de la inmensa caridad (cf. Ef 2,4) de Dios, capaz de llegar al corazón de cada hombre. Como atestigua el Cantar de los cantares, el nombre del Esposo es perfume que exhala fragancia, óleo embriagador.
También la mujer, anónima en el relato de Mateo, a fin de dejar espacio para que cada lector pueda identificarse con ella, derrama el ungüento de su precioso frasco cuyo perfume embriaga a los que son capaces de comprender la misteriosa lógica del amor, que es «derrocharse» uno para que los otros estén alegres. Es la misma razón por la que Cristo, para salvamos, no se contentó con un pequeño gesto de amor, sino que quiso convertirse por nosotros en el pobre por excelencia que, traicionado y entregado por una cifra irrisoria, se dirige al suplicio más horrible y carga sobre sí la infamia de todos los humillados de la tierra. ¿Y nosotros? ¿Engrosamos las filas de los que se irritan, de los que venden y compran al mismo Cristo, preocupados únicamente por sus mezquinos cálculos, o estamos del lado de los que exultan de alegria al ver que alguien ha comprendido la desmesurada caridad de Dios y quiere intercambiar el amor «derrochándose» a sí mismo en una entrega gratuita y total?
4. Dialoga con el Señor
¿Qué le entregas tú al Señor?
Dios te bendiga.
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