60 - Parábola de las diez vírgenes (Mt 25, 1-13)

DÍA 60


1. Invoca al Espíritu Santo


2. La Palabra de Dios

Parábola de las diez vírgenes (Mt 25, 1-13)

1 Entonces se parecerá el reino de los cielos a diez vírgenes que tomaron sus lámparas y salieron al encuentro del esposo.

2 Cinco de ellas eran necias y cinco eran prudentes. 3 Las necias, al tomar las lámparas, no se proveyeron de aceite; 4 en cambio, las prudentes se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas.

5 El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron.

6 A medianoche se oyó una voz: “¡Que llega el esposo, salid a su encuentro!”.

7 Entonces se despertaron todas aquellas vírgenes y se pusieron a preparar sus lámparas.

8 Y las necias dijeron a las prudentes: “Dadnos de vuestro aceite, que se nos apagan las lámparas”.

9 Pero las prudentes contestaron: “Por si acaso no hay bastante para vosotras y nosotras, mejor es que vayáis a la tienda y os lo compréis”.

10 Mientras iban a comprarlo, llegó el esposo, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta.

11 Más tarde llegaron también las otras vírgenes, diciendo: “Señor, señor, ábrenos”.

12 Pero él respondió: “En verdad os digo que no os conozco”.

13 Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora».


3. La Palabra ilumina

«Yo duermo, pero mi corazón vela» (Cant 5, 2). El tema nupcial nos traslada al corazón del misterio cristiano: el Señor nos ama con un amor eterno y ha establecido con nosotros una alianza nupcial. Con la encamación vino a la tierra a elegir a la novia; ahora esperamos su retorno, cuando vuelva para introducir a la Iglesia-humanidad, su esposa, en el Reino de los Cielos. Su retorno es cierto. Sin embargo, el día y la hora de su llegada, siempre inminente, los desconocemos. En la actitud de las diez vírgenes encontramos representados los dos modos de esperar al Señor, al Esposo, al que viene: puede ser una espera distraída, divertida, o bien una espera vigilante, preparada para salirle al encuentro aun cuando el sueño parezca tener las de ganar. Dar prioridad a una de las dos actitudes depende de la calidad del amor que hay en nosotros y nos convierte en personas tenebrosas o en lámparas encendidas, dispuestas para poder alumbrar y hacer cómoda la carrera en cuanto un grito en la noche haga presagiar la venida del Señor.

La existencia humana se puede vivir, efectivamente, como un cortejo de bodas que sale al encuentro del Señor. Por eso es esencial la virtud de la vigilancia. Vigilar es pensar en aquel que va a venir, considerar su ausencia como un vacío imposible de colmar, consumirse porque tarda su llegada, no aceptar nunca que otro u otros ocupen hasta tal punto nuestro corazón que lo separen de su deseo de Él. Esta actitud interior de espera y de derretimiento ni se compra ni se vende: «Quien quisiera comprar el amor con todas las riquezas de su casa sería despreciable. (Cant 8, 7); sin embargo, se puede volver contagiosa y comunicar a los otros el anhelo y el deseo. Por eso, las vírgenes prudentes, por el hecho de negarse a compartir su aceite, no pueden ser consideradas unas egoístas antipáticas. En su corazón está la alegría del esposo al que hay que recibir de manera festiva, porque el hecho de esperarle es la realidad más importante de la vida, por la que es justo sacrificar cualquier otro interés. Ellas nos advierten: no asistir a esta cita de amor priva de sentido a toda la existencia. Sería trágico oír resonar la voz: «¡No os conozco!».


4. Dialoga con el Señor


Señor, enciende Tú mismo nuestra lámpara y jamás permitas que se apague.


Dios te bendiga.

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