53 - El banquete de bodas (Mt 22, 1-14)

 DÍA 53


1. Invoca al Espíritu Santo


2. La Palabra de Dios

El banquete de bodas (Mt 22, 1-14)

1 Volvió a hablarles Jesús en parábolas, diciendo:

2 «El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo; 3 mandó a sus criados para que llamaran a los convidados, pero no quisieron ir.

4 Volvió a mandar otros criados encargándoles que dijeran a los convidados: “Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas y todo está a punto. Venid a la boda”.

5 Pero ellos no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios, 6 los demás agarraron a los criados y los maltrataron y los mataron.

7 El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad.

8 Luego dijo a sus criados: “La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. 9 Id ahora a los cruces de los caminos y a todos los que encontréis, llamadlos a la boda”.

10 Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales. 

11 Cuando el rey entró a saludar a los comensales, reparó en uno que no llevaba traje de fiesta 12 y le dijo: “Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin el vestido de boda?”. El otro no abrió la boca.

13 Entonces el rey dijo a los servidores: “Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes”.

14 Porque muchos son los llamados, pero pocos los elegidos».


3. La Palabra ilumina

Todo está dispuesto para el banquete nupcial del hijo del rey. Conocemos bien al protagonista de este relato. Todo se refiere a Él, al gran director de la aventura humana. En la parábola no se registran otras palabras más que las suyas. Sabemos también quién es el Hijo por cuyas bodas se ha dispuesto la cena festiva. Por tanto, tampoco debería resultarnos difícil reconocernos en los invitados que rechazan neciamente la ocasión de sentarse en el banquete nupcial. Es una negación obstinada que irrita al rey, defraudado en su amor apasionado. Con todo, no se rinde, no se da por vencido. 

Hasta tal punto nos quiere que llega a destruir todo lo que es para nosotros causa de «distracción» y nos hace olvidar nuestro más profundo deseo de vida y de felicidad. Llega incluso a fingir que nos abandona, pero, de hecho, envía a sus siervos a buscar por todas partes a los cruces de los caminos, a lo largo de los setos, a los lugares más escondidos y remotos a otros invitados, sin importarle que sean buenos o malos: lo importante es que digan «sí». 

¿Y entre estos últimos llamados no nos encontramos precisamente nosotros, que, después de nuestros rechazos, nos íbamos, cansados, abatidos, en busca de nuevas y sórdidas aventuras? Nosotros, los «elegidos» en virtud del bautismo, nos hemos convertido de nuevo en «paganos» a causa de nuestro modo de vivir, más de acuerdo con la mentalidad del mundo que con el Evangelio. Es la experiencia de la pobreza la que hace brotar, por fin, del corazón el «sí» que el Señor espera. Ahora bien, ¿se trata verdaderamente de un «sí» total, incondicional, de un «sí» bañado por las lágrimas del arrepentimiento e iluminado por la alegría del perdón? La parábola presenta todavía una nota triste, una nota que no puede dejar de hacernos reflexionar. Es posible tener el atrevimiento de presentarse en las bodas sin el traje nupcial. No se trata como puede suceder en los desposorios humanos de la pompa exterior, sino de una realidad muy profunda. En el bautismo, entre otros símbolos tenemos, la entrega de la «vestidura blanca» al recién bautizado, que va acompañada por la siguiente oración: 

«N, eres ya nueva creatura y has sido revestido de Cristo. Esta vestidura blanca sea signo de tu dignidad de cristiano. Ayudado por la palabra y el ejemplo de los tuyos, consérvala sin mancha hasta la vida eterna». Presentarse en las bodas sin el traje de boda no significa tanto estar sucios por el pecado —los últimos invitados son buenos y malos como rechazar, una vez más y con mayor descaro, la comunión de vida con Jesús. Y el rey, aunque la sala del banquete esté atestada, no podrá dejar de notar que falta todavía alguien. Si su reacción es fuerte y dura, lo es solo por amor. Amenaza como lo hace un padre dolorosamente sorprendido por lo absurdo del comportamiento de un hijo disoluto. De hecho, ¿qué puede haber más increíble que nuestro obstinado rechazo del amor? 


4. Dialoga con el Señor

¿Qué le dices a Dios gracias a este texto? ¿Qué te mueve a decirle? ¿Peticiones, alabanza, acción de gracias, perdón, ayuda, entusiasmo, compromiso? Habla con Dios…


Dios te bendiga.

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