55 - Sobre la resurrección (Mt 22, 23-33)

 DÍA 55


1. Invoca al Espíritu Santo


2. La Palabra de Dios

Sobre la resurrección (Mt 22, 23-33)

23 En aquella ocasión se le acercaron unos saduceos, los que dicen que no hay resurrección, y le preguntaron: 24 «Maestro, Moisés mandó que cuando uno muere sin hijos, su hermano se case con la viuda para dar descendencia a su hermano.

25 Pues bien, había entre nosotros siete hermanos. El primero se casó, murió sin hijos y dejó su mujer a su hermano. 26 Lo mismo pasó con el segundo y con el tercero hasta el séptimo. 27 Después de todos murió la mujer.

28 Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de los siete será mujer? Porque los siete han estado casados con ella».

29 Les contestó Jesús: «Estáis equivocados porque no entendéis las Escrituras ni el poder de Dios. 30 Cuando resuciten, ni los hombres se casarán ni las mujeres tomarán esposo; serán como ángeles en el cielo.

31 Y a propósito de la resurrección de los muertos, ¿no habéis leído lo que os dice Dios:

32 “Yo soy el Dios de Abrahán y el Dios de Isaac y el Dios de Jacob”? No es Dios de muertos, sino de vivos».

33 Al oírlo la gente se admiraba de su enseñanza.


3. La Palabra ilumina

El circulo de la hostilidad se va estrechando en torno a Jesús: tras los fariseos y los herodianos, «aquel mismo día», también los saduceos se adelantan para burlarse del Maestro. De esta secta, políticamente influyente y comprometida con el poder romano, procedían los sumos sacerdotes. Ateniéndose exclusivamente a la tradición escrita más antigua, en particular al Pentateuco, rechazaban la fe en la resurrección de los muertos compartida por los fariseos y por el pueblo (cf. Jn 11,24) y atestiguada por textos más recientes de la Escritura, además de por la tradición oral (Dn 12,2s; 2 Mac 7,9). Estos presentan, pues, a Jesús el caso paradójico de una mujer que fue dada como esposa a siete hermanos sucesivamente, que perecieron sin dejar descendencia. La cuestión que los saduceos plantean con sarcasmo (v. 28) deja entrever su mezquino horizonte materialista, así como la discutible concepción de otros que, evidentemente, entendían la vida eterna como una prolongación infinita del presente.

La respuesta de Jesús es clara. En primer lugar, desenmascara los errores fundamentales de sus interlocutores, su ignorancia de la Escritura y, en consecuencia, la falta de un auténtico conocimiento de Dios; después resuelve el caso que le proponen haciéndoles comprender que la condición de los resucitados es completamente distinta a la actual. Por último, Jesús refuta la incredulidad de los saduceos sobre la resurrección de la carne con una argumentación tomada del Pentateuco, que ellos aceptaban, y basada en la teología de la Alianza: si Dios elige vincularse a alguien con un pacto de amistad, ese pacto debe ser, como Dios, eterno: en consecuencia, tampoco el amigo de Dios se puede disolver en la nada. 

El hombre, llamado a la comunión con el Señor, participa de su condición divina con la transfiguración de todo su propio ser. La respuesta de Jesús no puede más que dejar asombrada a la gente, que constata la autoridad de su doctrina tanto en las cuestiones contingentes (v. 22) como en las espirituales.


4. Dialoga con el Señor

¿Intentas poner en aprietos a Jesús o escuchas sus enseñanzas?


Dios te bendiga.

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