59 - Vigilancia y fidelidad (Mt 24, 35-51)

DÍA 59


1. Invoca al Espíritu Santo


2. La Palabra de Dios

Vigilancia y fidelidad (Mt 24, 35-51)

35 El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. 36 En cuanto al día y la hora, nadie lo conoce, ni los ángeles de los cielos ni el Hijo, sino solo el Padre.

37 Cuando venga el Hijo del hombre, pasará como en tiempo de Noé. 38 En los días antes del diluvio, la gente comía y bebía, se casaban los hombres y las mujeres tomaban esposo, hasta el día en que Noé entró en el arca; 39 y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre: 40 dos hombres estarán en el campo, a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; 41 dos mujeres estarán moliendo, a una se la llevarán y a otra la dejarán.

42 Por tanto, estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor.

43 Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría que abrieran un boquete en su casa.

44 Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre.

45 ¿Quién es el criado fiel y prudente, a quien el señor encarga de dar a la servidumbre la comida a sus horas?

46 Bienaventurado ese criado, si el señor, al llegar, lo encuentra portándose así.

47 En verdad os digo que le confiará la administración de todos sus bienes.

48 Pero si dijere aquel mal siervo para sus adentros: “Mi señor tarda en llegar”,

49 y empieza a pegar a sus compañeros, y a comer y a beber con los borrachos, 50 el día y la hora que menos se lo espera, llegará el amo 51 y lo castigará con rigor y le hará compartir la suerte de los hipócritas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.


3. La Palabra ilumina

Es menester estar atentos, vigilar, orar según el precepto de nuestro Señor Jesucristo, que dice: «Procurad que vuestros corazones no se emboten. Velad, pues, y orad en todo tiempo, para que os libréis de todo lo que ha de venir y podáis presentaros sin temor ante el Hijo del hombre» (Lc 21,34-36).

Si hemos escuchado y creído estas cosas, nuestra vigilancia mostrará nuestra fe; sacúdete las escamas y la pereza y todo lo que entorpece tu ánimo con mortífera somnolencia, que la sentencia de nuestro Señor y Salvador haga vibrar todos nuestros sentidos, a fin de que, depuestos todos los afanes mortales, estemos siempre dispuestos, esto es, a la espera de la venida del último día, en el que nos estarán reservadas la pena o la gloria; que nos estimule, pues, al combate espiritual el discurso del Señor que hemos recordado más arriba, en el que nos enseñó a estar continuamente vigilantes y en oración, de suerte que no seamos, por así decirlo, creyentes y no creyentes, oyentes y no oyentes.

¡Cuán dichosos son aquellos siervos a quienes el amo a su llegada encuentra velando! Feliz esa vigilia en la cual se espera al mismo Dios y Creador del universo, que todo lo llena y todo lo supera. Ojalá se dignara el Señor despertarme del sueño de desidia, a mí, que, aun siendo vil, soy su siervo! ¡Ojalá me inflamara en el deseo de su amor inconmensurable y me encendiera con el fuego de su divina caridad resplandeciente!: con ella brillaría más que los astros y todo mi interior ardería continuamente con este divino fuego.

Ojalá mis méritos fueran tan abundantes que mi lámpara ardiera sin cesar, durante la noche, en el templo de mi Señor, e iluminara a cuantos penetran en la casa de mi Dios! Concédeme, Señor, te lo suplico en nombre de Jesucristo, tu Hijo, y mi Dios, un amor que nunca mengüe, para que con él brille siempre mi lámpara y no se apague nunca y sus llamas sean para mí fuego ardiente y para los demás luz brillante (Columbano, Instrucciones, XII).


4. Dialoga con el Señor

¿En qué estoy más despistado? ¿En los sacramentos, en el trato contigo Señor, en el servicio a los demás..? ¿En qué me pides fidelidad en este momento Señor?


Dios te bendiga.

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