48 - Los dos ciegos de Jericó (Mt 20, 29-34)

 DÍA 48


1. Invoca al Espíritu Santo


2. La Palabra de Dios

Los dos ciegos de Jericó (Mt 20, 29-34)

29 Y al salir de Jericó le siguió una gran muchedumbre. 30 Dos ciegos que estaban sentados al borde del camino oyeron que Jesús pasaba y se pusieron a gritar: «¡Ten compasión de nosotros, Señor, Hijo de David!».

31 La muchedumbre los increpó para que se callaran, pero ellos gritaban más fuerte: «¡Ten compasión de nosotros, Señor, Hijo de David!».

32 Entonces Jesús se detuvo, los llamó y les dijo: «¿Qué queréis que os haga?».

33 Le respondieron: «Señor, que se abran nuestros ojos».

34 Compadecido, Jesús les tocó los ojos, y al punto recobraron la vista y lo siguieron.


3. La Palabra ilumina

El tema de la ceguera como símbolo de la condición humana se repite más veces en el evangelio según Mateo. En este episodio, el señorío de Cristo, que se encuentra en camino hacia Jerusalén, donde sufrirá la muerte en la cruz, es reconocido y proclamado por dos ciegos, esto es, el numero mínimo indispensable de personas para dar testimonio de manera válida. Su demanda de salvación «Señor, que se abran nuestros ojos» (v. 33) tiene lugar mediante el uso de una fórmula que refleja el lenguaje litúrgico propio de la comunidad de Mateo. 

En efecto, el Mesías era esperado originariamente como alguien que curaría a los enfermos, en particular a los ciegos (cf. Is 61,1s). Esta petición había quedado oscurecida después por la imagen de un Mesías político, dispuesto a aplastar a los enemigos de Israel. Por eso, la muchedumbre, entusiasmada por los signos que realizaba Jesús, intenta hacer callar a los dos ciegos, a fin de que con su inoportuna insistencia no detengan el camino del hijo de David hacia su «ciudad». 

Sin embargo, Jesús se detiene para ayudar, para servir (v. 28). El texto evangélico subraya en este pasaje, más que el grito de los enfermos, el poder de Jesús, que, yendo contracorriente, se inclina sobre los menesterosos y oye de inmediato su petición, que expresa al mismo tiempo su situación de indigencia y su fe. Jesús se revela como alguien que no busca el aplauso de la gente, que no se preocupa por adquirir o perder el favor de la muchedumbre, sino que, como el Mesías bueno y compasivo, conmovido por los sufrimientos ajenos, libra a los hombres de sus enfermedades. La más grave es precisamente la simbolizada por la ceguera física, o sea, el no «ver» a Jesús, el no reconocer en Él al Salvador. Sin embargo, cuando se abren los ojos de los ciegos, al primer milagro le sigue otro todavía mayor: estos, curados, se ponen a seguir a Jesús, para subir con Él hasta el Gólgota, hasta compartir su suerte, convirtiéndose así de salvados en cooperadores de la salvación.


4. Dialoga con el Señor

¿Jesús, reconozco tu presencia en mi vida y en el mundo? ¿Me creo de verdad que Tú puedes abrir mis ojos para reconocerte?


Señor Jesús, Tú que eres la luz, abre mis ojos para reconocer tu presencia en mi vida.


Dios te bendiga.

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