43 - El perdón y el deudor despiadado (Mt 18, 21-35)
DÍA 43
1. Invocación al Espíritu Santo
2. La Palabra de Dios
El perdón y el deudor despiadado (Mt 18, 21-35)
21 Acercándose Pedro a Jesús le preguntó: «Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?».
22 Jesús le contesta: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.
23 Por esto, se parece el reino de los cielos a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus criados. 24 Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. 25 Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así.
26 El criado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: “Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo”.
27 Se compadeció el señor de aquel criado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. 28 Pero al salir, el criado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba diciendo: “Págame lo que me debes”.
29 El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba diciendo: “Ten paciencia conmigo y te lo pagaré”.
30 Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía. 31 Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido.
32 Entonces el señor lo llamó y le dijo: “¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo rogaste. 33 ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?”.
34 Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda.
35 Lo mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si cada cual no perdona de corazón a su hermano».
3. La Palabra ilumina
Para quien ha encontrado a Cristo y en Él ha conocido la misericordia del Padre, que perdona y renueva la vida, la piedad con los hermanos se convierte en un deber imprescindible: «¿No debías haber tenido...?» Cuando el corazón del hombre ha conocido los amplios horizontes del verdadero amor, cuando ha descubierto que cada uno de nosotros ha sido pensado y querido desde la eternidad por un designio que le arranca del anonimato y de la desesperación del sinsentido para hacerle cooperador de la salvación universal, inevitablemente se adquiere también una mirada diferente sobre los hombres, reconocidos en Cristo como hermanos.
El amor tiene una ley propia fundamental: cuando se comparte con los otros, se multiplica; cuando lo retenemos para nosotros mismos, se deteriora en egoísmo. Así como una llamita no se apaga si enciende otras, sino que hace aumentar la luz, el amor del Señor, propagado, se vuelve un río impetuoso que derriba todas las barreras, supera todo límite en un crescendo de caridad que llega a abarcar toda la humanidad.
Por el contrario, si el comportamiento está en abierta contradicción con la fe profesada, la incoherencia se convierte en un gran obstáculo para la fe de los hermanos. Un cristiano que no sea capaz de perdonar y hasta probablemente conserve en su corazón sentimientos de rencor, no se perjudica solo a sí mismo, sino también a los otros a los que escandaliza. En efecto, el encuentro con Cristo no es auténtico si no transforma radicalmente las relaciones interpersonales a partir de las que tenemos con las personas que viven a nuestro lado.
No siempre resulta fácil —mas aún, en ocasiones puede resultar muy difícil— superar ciertas reacciones interiores frente a los que nos han causado sufrimiento. Para vencer la resistencias instintivas no hay camino más seguro que mantener fija la mirada en Jesús crucificado. Con excesiva frecuencia olvidamos todo lo que el Señor nos ha perdonado y nos perdona continuamente, mientras que tenemos una memoria óptima para cobrarnos el más pequeño desaire recibido. Nuestro "yo" se muestra a menudo un monarca absoluto a quien todos deben honor y reverencia: ¡ay de él si alguien se permite ofender tal majestad! Sucede entonces que, mientras no honramos nunca de manera suficiente a nuestro Señor y Salvador, reclamamos justicia por cualquier nadería. Solo un amoroso recuerdo del sacrificio de Cristo podrá arrancarnos del pecho ese corazón de piedra y enseñarnos la dulce compasión de Dios.
4. Dialoga con el Señor
Dale gracias por su misericordia o quizás pídele que te aumente la misericordia con los que te rodean...
Dios te bendiga.
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