41 - El amor a los niños (Mt 18, 1-11)
DÍA 41
1. Invoca el Espíritu Santo
2. La Palabra de Dios
El amor a los niños (Mt 18, 1-11)
1 En aquel momento, se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: «¿Quién es el mayor en el reino de los cielos?».
2 Él llamó a un niño, lo puso en medio 3 y dijo: «En verdad os digo que, si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos.
4 Por tanto, el que se haga pequeño como este niño, ese es el más grande en el reino de los cielos. 5 El que acoge a un niño como este en mi nombre me acoge a mí.
6 Al que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que le colgasen una piedra de molino al cuello y lo arrojasen al fondo del mar.
7 ¡Ay del mundo por los escándalos! Es inevitable que sucedan escándalos, ¡pero ay del hombre por el que viene el escándalo!
8 Si tu mano o tu pie te induce a pecar, córtatelo y arrójalo de ti. Más te vale entrar en la vida manco o cojo que con las dos manos o los dos pies ser arrojado al fuego eterno.
9 Y si tu ojo te induce a pecar, sácalo y arrójalo de ti. Más te vale entrar en la vida con un solo ojo que con los dos ser arrojado a la gehenna del fuego.
10 Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, porque os digo que sus ángeles están viendo siempre en los cielos el rostro de mi Padre celestial. 11 Pues el Hijo del hombre ha venido a salvar lo que estaba perdido.
3. La Palabra ilumina
Es difícil escapar de la tentación de querer ser alguien. De un modo o de otro, todos contamos con el deseo —más o menos inconfesado— de ser importantes y reconocidos. Perseguimos el éxito, el dinero, el poder, precisamente para enmascarar nuestra poquedad constitutiva, ontológica. Jesús nos invita a quitarnos todas las máscaras. En Él encontramos la verdad que nos hace libres: no somos más que niños ante nuestro Padre, que está en el cielo. La verdadera felicidad comienza cuando, al tomar conciencia de esta verdad, nos mostramos agradecidos por ese amor que nos envuelve y deseamos ser custodiados con ternura —como la Virgen María— en una pequeñez que es nuestra verdadera grandeza.
Ahora bien, son pocos los que abrazan con humilde coraje el camino de la infancia espiritual. Con suma frecuencia ni siquiera los niños son hoy verdaderamente tales: al ser educados en una mentalidad mundana, pierden muy pronto su genuina fragancia; lejos de ser los «pobres» abandonados en manos de sus progenitores, se manifiestan llenos de pretensiones y llegan con frecuencia a tiranizar a los adultos... Ahora bien, ¿no son ellos mismos las víctimas de un estado de «escándalo» permanente propio de una sociedad que se considera autosuficiente y señora de sí misma?
Jesús, en cambio, puso en medio de los suyos a un niño de verdad para mostrarnos de manera inequívoca cuál es la escala de valores del Reino de su Padre. Pero hay más todavía: Él, el Hijo eterno en el cual y por el cual son todas las cosas, ha puesto su morada entre nosotros como el pequeño que debe ser acogido. De este modo, quiere hacernos comprender que solo Dios es grande, y nosotros llegamos a serlo en la medida en que nos reconocemos criaturas suyas. El hombre que, queriendo desconocer su propio origen, se levanta con constreñida soberbia, acaba volviéndose trágicamente ridículo.
Jesús, que nos ama como criaturas predilectas del Padre, no se avergüenza de nuestra pequeñez y nos invita a entrar con Él en la dimensión de nuestra verdadera grandeza, que es la dignidad filial. Siendo Hijo de Dios se hace Hijo del hombre, para acogernos como hermanos en la casa de su Padre. ¿Hay alegría más grande?
4. Dialoga con el Señor
Dios te bendiga.
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