45 - El joven rico (Mt 19, 16-30)

 DÍA 45


1. Invoca al Espíritu Santo

¡Es algo fundamental! Porque es el que hace que esa palabra que vas a leer no sea algo anecdótico... sino que la convierte en palabra de vida.


2. La Palabra de Dios

El joven rico (Mt 19, 16-30)

16 Se acercó uno a Jesús y le preguntó: «Maestro, ¿qué tengo que hacer de bueno para obtener la vida eterna?».

17 Jesús le contestó: «¿Por qué me preguntas qué es bueno? Uno solo es Bueno. Mira, si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos».

18 Él le preguntó: «¿Cuáles?». Jesús le contestó: «No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, 19 honra a tu padre y a tu madre, y ama a tu prójimo como a ti mismo».

20 El joven le dijo: «Todo eso lo he cumplido. ¿Qué me falta?».

21 Jesús le contestó: «Si quieres ser perfecto, anda, vende tus bienes, da el dinero a los pobres –así tendrás un tesoro en el cielo– y luego ven y sígueme».

22 Al oír esto, el joven se fue triste, porque era muy rico. 

23 Entonces Jesús dijo a sus discípulos: «En verdad os digo que difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos.

24 Lo repito: más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de los cielos».

25 Al oírlo, los discípulos dijeron espantados: «Entonces, ¿quién puede salvarse?».

26 Jesús se les quedó mirando y les dijo: «Es imposible para los hombres, pero Dios lo puede todo».

27 Entonces dijo Pedro a Jesús: «Ya ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué nos va a tocar?».

28 Jesús les dijo: «En verdad os digo: cuando llegue la renovación y el Hijo del hombre se siente en el trono de su gloria, también vosotros, los que me habéis seguido, os sentaréis en doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel. 29 Todo el que por mí deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, hijos o tierras, recibirá cien veces más y heredará la vida eterna.

30 Pero muchos primeros serán últimos y muchos últimos primeros.


3. La Palabra ilumina

«En cierta ocasión se acerco uno...» También hoy nos encontramos como si de un espejo nítido se tratara frente a la imagen de aquel joven que de generación en generación seguirá interrogando por nosotros a Jesús sobre lo que tiene que hacer de bueno para «obtener la vida eterna». He aquí una buena pregunta que debe hacernos reflexionar. ¿Deseamos nosotros la vida eterna? ¿Esta dirigido al cielo nuestro corazón? Sin embargo, esta pregunta, que revela un deseo profundo, esconde también una grave incomprensión, que Jesús pone inmediatamente de relieve. 

La vida eterna no se «consigue» haciendo algo bueno, sino que se recibe amando al único que es bueno. Se nota en aquel joven la existencia de algo así como una fractura entre deseo y vida. Parece como si nos encontráramos ante un soñador al que le gusta identificarse con el papel del héroe, pero, después, en la práctica, ni siquiera se atreve a levantar la mirada por miedo a cruzar su mirada con la de Jesús y encontrarse, a su pesar, movilizado de verdad en la gran aventura que es la vida cristiana, para la que no se pide otro requisito más que un corazón libre y ardiente, dispuesto a seguir al Señor sin cálculos ni programas.

Al joven había preguntado «qué debía hacer» se le dice que se libere de todo lo que podía «hacer» y se ponga a «seguir» dejando que el mismo Dios «haga» de ello que quiera, con soberana libertad. El ansia de saber por anticipado todos los pasos que debemos dar supone un gran peligro para la vida espiritual; es un grave riesgo detenerse a calcular los gastos y los intereses a fin de poder decidir si nos conviene o no comprometernos...Si tuviéramos que esperar a ser adecuados para la vocación, nunca podríamos dar el primer paso.

 «Entonces, ¿quién podrá salvarse?» Es imposible para el hombre haga lo que haga, pero no para Dios. He aquí, pues, la invitación a abandonarnos confiados al Dios de lo imposible, capaz de encender en nuestro pequeño corazón la llama ardiente de su amor, venciendo toda resistencia. Se respira un aire de miedo: el gran miedo ante la puerta estrecha, el miedo a pasar por el «ojo de la aguja», a no tener seguridades. Así preferimos acallar las preguntas últimas, puestas amorosamente en nuestro corazón por Dios, que casi como una brújula, en medio de la espesa niebla de los afanes mundanos, nos indican de una manera decidida la dirección adecuada para llegar a la casa del Padre. Preferimos también renunciar a ser verdaderamente jóvenes, contentándonos con una vida «irreprochable», aunque vieja y cansada, encerrada en la monotonía de unos gestos siempre iguales, o llena de rumor, como para pretender impedir que resuene más agudo en el silencio el eco de la Palabra viva y penetrante, capaz de hacer brotar lágrimas de sincero arrepentimiento.


4. Dialoga con el Señor

¿Y tú qué? ¿Dónde te sitúas? ¿Deseas la vida eterna? ¿Sigues al Señor?

Que santa Teresa de Jesús interceda por nosotros...


Dios te bendiga.

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