Espíritu Santo, ¡Ven!: Día séptimo

 

Día séptimo


Oración inicial para todos los días

Ante tu presencia postrado, 
¡Soberano Espíritu de paz, de reconciliación y de todo consuelo!, 
humildemente te pido perdón de mis pecados, 
y la gracia de un verdadero arrepentimiento. 

Dones especiales de tu misericordia son la luz para bien conocer y discernir; 
la llama del alma para detestarlas; 
el firme propósito actual para nunca más volver a cometerlas; 
la fortaleza y perseverancia para el cumplimiento de tal resolución hasta el fin de la vida.

Concédeme, Espíritu divino, 
también el fervor y devoción para vivir dando gloria a Dios 
para mi bien y el bien de la Iglesia. Amén.

Texto

42. En el culmen del misterio pascual, Cristo resucitado dice a los apóstoles: "Recibid el Espíritu Santo" (Juan 20,22). De esta manera, se confirma la promesa de la venida del Espíritu Santo y se establece su presencia renovada en ese momento. Las palabras de Jesús en el Cenáculo encuentran su cumplimiento en esta declaración, que confirma las promesas y anuncios anteriores.

En ese momento culminante de la misión mesiánica de Jesús, el Espíritu Santo se hace presente en el misterio pascual con toda su subjetividad divina. Jesús confiere a los apóstoles el poder de perdonar los pecados, diciendo: "A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos" (Juan 20,23). Esta cita bíblica destaca el poder concedido por Jesús a los apóstoles para perdonar los pecados y transmitir este poder a sus sucesores en la Iglesia.

La acción del Espíritu Santo como Paráclito también es resaltada en las palabras de Jesús: "Convencerá al mundo en lo referente al pecado, en lo referente a la justicia y en lo referente al juicio" (Jn 16,8). Esta cita muestra la obra del Espíritu Santo en convencer a las personas acerca del pecado, revelar la justicia y anunciar el juicio divino.

43. El Concilio Vaticano II, al hablar sobre la conciencia y la dignidad de la persona humana, subraya que la conciencia es "el núcleo más secreto y el sagrario del hombre", donde se escucha la voz de Dios (Gaudium et Spes, 16). La conciencia, como el lugar íntimo donde resuena la voz divina, es una guía para discernir el bien y el mal. Aunque no se menciona directamente en el resumen, esta enseñanza está respaldada por el Salmo 119,105, que declara: "Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino".

Además, el resumen menciona que la conciencia no es una fuente autónoma para decidir lo que es bueno o malo, sino que tiene una norma objetiva que debe obedecer. En este sentido, se puede hacer referencia a Pr 3,5-6, que insta a confiar en el Señor y a no apoyarse en el propio entendimiento: "Confía en el Señor con todo tu corazón, y no te apoyes en tu propio entendimiento. Reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará tus veredas".

44. Jesucristo, tanto en el Cenáculo antes de su Pasión como después de la Resurrección, habló del Espíritu Santo como testigo del pecado presente en la historia de la humanidad. Sin embargo, el pecado está sujeto al poder redentor de la Cruz. El Espíritu de la verdad "convence al mundo en lo referente al pecado" al encontrarse con la voz de las conciencias humanas.


La reflexión profunda sobre el pecado, acompañada por el Espíritu Santo, lleva al descubrimiento de sus raíces en el interior del hombre y su influencia a lo largo de la historia. Se reconoce la realidad original del pecado y su conexión con la condición de ser-creado y la dependencia del Creador. Además, se destaca la pecaminosidad hereditaria de la naturaleza humana.


Sin embargo, el Espíritu Santo también "convence en lo referente al pecado" (Jn 16, 8) en relación con la Cruz de Cristo. El cristianismo rechaza la idea de una "fatalidad" del pecado y enseña que Jesucristo vino a liberar y fortalecer al hombre. Aunque el pecado causa rupturas en la vida personal y social, el Concilio Vaticano II subraya la posibilidad de la victoria sobre el pecado a través del esfuerzo humano y la ayuda de la gracia de Dios.


45. El Espíritu de la verdad, al "convencer al mundo en lo referente al pecado", se encuentra con la fatiga de la conciencia humana, que conlleva el reconocimiento del mal en uno mismo. La conciencia no solo manda y prohíbe, sino que también juzga a la luz de sus propias órdenes y prohibiciones internas. Esta fatiga de la conciencia y del corazón humano determina el camino de la conversión, en el cual se da la vuelta al pecado para reconstruir la verdad y el amor en el corazón.


La participación de la conciencia en el sufrimiento por el mal cometido refleja la reprobación que Dios experimentó al crear al hombre y que se realizó en la obediencia de Cristo en la cruz. Este sufrimiento de la conciencia, cuando permitido por el Espíritu de la verdad, se convierte en un acto salvífico profundo. A través de la contrición perfecta, se alcanza la auténtica conversión del corazón, la "metanoia" evangélica.


El Espíritu Santo, llamado "luz de las conciencias", penetra lo más íntimo de los corazones humanos y es el dispensador oculto de la fuerza salvadora. Mediante la conversión en el Espíritu Santo, el hombre se abre al perdón y a la remisión de los pecados. Este proceso de conversión y remisión confirma la verdad del misterio del hombre, donde el abismo del pecado llama al abismo de la misericordia divina.


En cada caso de conversión y remisión, el Espíritu Santo "viene" en virtud del sacrificio de la Cruz, purificando la conciencia de las obras muertas y permitiendo el culto a Dios vivo. Como dice la Biblia: "La sangre de Cristo... purifica nuestra conciencia de las obras muertas" (Hb 9,14). Estas palabras sobre el Espíritu Santo como el "otro Paráclito" nos invitan a conocer y acoger su presencia en nuestras vidas, pues Él mora con nosotros (Jn 14,17).


46. Las palabras de Jesús sobre la "blasfemia contra el Espíritu Santo" y su carácter imperdonable. Según los evangelios, Jesús dijo:

Mateo: "Todo pecado y blasfemia se perdonará a los hombres, pero la blasfemia contra el Espíritu no será perdonada. Y al que diga una palabra contra el Hijo del hombre, se le perdonará; pero al que la diga contra el Espíritu Santo, no se le perdonará ni en este mundo ni en el otro" (Mt 12,31-32).

Marcos: "Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón nunca, antes bien, será reo de pecado eterno" (Mc 3,29).

Lucas: "A todo el que diga una palabra contra el Hijo del hombre, se le perdonará; pero al que blasfeme contra el Espíritu Santo, no se le perdonará" (Lc 12,10).

La blasfemia contra el Espíritu Santo no consiste en ofender al Espíritu Santo con palabras, sino en el rechazo de aceptar la salvación que Dios ofrece a través del Espíritu Santo, quien actúa mediante el sacrificio de la Cruz. Este rechazo radical impide la remisión de los pecados y la verdadera conversión.

El pecado de blasfemia contra el Espíritu Santo implica reclamar el derecho de perseverar en el mal y rechazar la Redención. Al permanecer encerrado en el pecado, el hombre se priva de la posibilidad de abrirse a las fuentes divinas de purificación de conciencia y remisión de pecados.


47.  En el hombre hay una resistencia interna, conocida como "dureza de corazón", frente a la acción del Espíritu de la verdad que busca convencer sobre el pecado y llevar a la salvación. En la sociedad actual, esta resistencia se refleja en la pérdida del sentido del pecado y de Dios. La Iglesia reconoce esta pérdida y continúa implorando a Dios para que las conciencias no pierdan su rectitud y sensibilidad hacia el bien y el mal.


La Iglesia enfatiza la importancia de no extinguir ni entristecer al Espíritu Santo, ya que su acción ilumina la conciencia y otorga significado a las exhortaciones apostólicas. Además, la Iglesia suplica fervientemente que disminuya el pecado de blasfemia contra el Espíritu Santo en el mundo, y que las conciencias se abran para recibir la acción salvífica del Espíritu Santo.


La oración de la Iglesia es que el pecado contra el Espíritu Santo ceda paso a una disposición santa para aceptar la misión del Paráclito, que viene a convencer al mundo acerca del pecado, la justicia y el juicio. La apertura de las conciencias es esencial para permitir la obra del Espíritu Santo en la sociedad y en la vida de las personas.


En palabras del Apóstol Pablo, "No extingáis el Espíritu" (1 Ts 5,19) y "no entristezcáis al Espíritu Santo" (Ef 4,30). La Iglesia también recuerda el llamado de Jesús a la reconciliación y la apertura de las conciencias cuando ruega que el pecado contra el Espíritu Santo retroceda y dé lugar a la aceptación de la misión del Paráclito, tal como se expresa en Juan 16,8: "Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio".


48. En su discurso de despedida, Jesús une el convencimiento sobre el pecado, la justicia y el juicio como parte de la misión del Espíritu Santo. La Iglesia ora constantemente para que las conciencias y las sociedades no caigan en el desprecio de Dios y se eleven hacia el amor manifestado por el Espíritu que da vida.


Aquellos que se dejan convencer sobre el pecado también se convierten en relación a la justicia y al juicio. El Espíritu de la verdad ayuda a conocer la verdad del pecado y también la verdad de la justicia que se manifestó en Jesucristo. La conversión rompe los vínculos del pecado y los lleva fuera del ámbito del juicio, introduciéndolos en la justicia de Cristo, que purifica las conciencias mediante su sacrificio en la Cruz.


En esta justicia, el Espíritu Santo se manifiesta como el Espíritu de vida eterna, el Espíritu del Padre y del Hijo. Como dice Jesús en Juan 16,8: "Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio."

Oración

Dios todopoderoso y rico en misericordia,
te pedimos que el Espíritu Santo, con su venida,
se digne habitar en nosotros
y nos convierta en templos de su gloria. 
Por Jesucristo nuestro Señor.

R/. Amén.

(Oración colecta Martes VII de Pascua)

Invocaciones

Espíritu Santo imprime en nosotros el horror al pecado, te rogamos óyenos.
Espíritu Santo ven a renovar la faz de la tierra…
Espíritu Santo derrama tus luces en nuestra inteligencia…
Espíritu Santo graba tu ley en nuestros corazones...
Espíritu Santo abrásanos en el fuego de tu amor…
Espíritu Santo ábrenos el tesoro de tus gracias…
Espíritu Santo enséñanos a orar como se debe…
Espíritu Santo ilumínanos con tus inspiraciones celestiales…
Espíritu Santo concédenos la única ciencia necesaria…
Espíritu Santo inspíranos la práctica de las virtudes…
Espíritu Santo haz que perseveremos en tu justicia…
Espíritu Santo sé tú mismo nuestra recompensa…

Oración conclusiva

¡Espíritu divino! Por los méritos de Jesucristo, te suplicamos vengas a nuestros corazones y nos comuniques la plenitud de tus dones, para que, iluminados y confortados por ellos, vivamos según tu voluntad, y muriendo entregados a tu amor, merezcamos cantar eternamente tus infinitas misericordias. Amén.

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