Espíritu Santo, ¡Ven!: Día octavo

 

Día octavo


Oración inicial para todos los días

Ante tu presencia postrado, 
¡Soberano Espíritu de paz, de reconciliación y de todo consuelo!, 
humildemente te pido perdón de mis pecados, 
y la gracia de un verdadero arrepentimiento. 

Dones especiales de tu misericordia son la luz para bien conocer y discernir; 
la llama del alma para detestarlas; 
el firme propósito actual para nunca más volver a cometerlas; 
la fortaleza y perseverancia para el cumplimiento de tal resolución hasta el fin de la vida.

Concédeme, Espíritu divino, 
también el fervor y devoción para vivir dando gloria a Dios 
para mi bien y el bien de la Iglesia. Amén.

Texto

La Iglesia se dirige al Espíritu Santo en preparación para la Parusia. La venida de Jesucristo al mundo es un evento que marca la historia humana, pero también representa la plenitud de los tiempos según la fe cristiana. La Encarnación de Dios se realizó por obra del Espíritu Santo, como se relata en los Evangelios de Lucas y Mateo. 

La Iglesia profesa el misterio de la Encarnación refiriéndose al Espíritu Santo, ya que fue por su obra que Jesús fue concebido y nació de la Virgen María. La comunicación de Dios en el Espíritu Santo alcanza su plenitud en la Encarnación del Verbo-Hijo. La Encarnación no solo implica la unión de la divinidad y la humanidad en la Persona de Jesús, sino también abarca a toda la humanidad y a toda la creación. Este evento cósmico se realiza por obra del Espíritu Santo.

El Espíritu Santo es fundamental en la preparación de la Iglesia para la segunda venida de Cristo. Lo que se realizó en la plenitud de los tiempos por el Espíritu Santo debe ser recordado y actualizado en la memoria de la Iglesia. Solo por la acción del Espíritu Santo puede hacerse presente en la nueva fase de la historia humana. María, llena del Espíritu Santo, fue obediente a la autocomunicación divina y su fe abrió el corazón humano al don de Dios. La fe de María revela la plenitud de la libertad que se alcanza cuando Dios se abre al hombre por medio del Espíritu Santo.  "¡Feliz la que ha creído!" - Lucas 1:45.

La obra del Espíritu Santo, que otorga vida, alcanza su culmen en el misterio de la Encarnación. Es a través de la Encarnación que Dios da plenitud de vida al hacerla vida de un Hombre, Cristo, en su unión hipostática con el Verbo. Con la Encarnación, también se abre de manera nueva la fuente de esta vida divina en la historia de la humanidad: el Espíritu Santo.

El Verbo, como "Primogénito de toda la creación", se convierte en "el primogénito entre muchos hermanos" y se convierte en la cabeza de la Iglesia, que nace en la Cruz y se manifiesta en Pentecostés. Así, en la Iglesia, Cristo es la cabeza de la humanidad, de todos los hombres de diferentes naciones, razas, regiones, culturas, idiomas y continentes, que han sido llamados a la salvación. La Palabra se hizo carne, en quien estaba la vida y la luz de los hombres, y a todos los que la recibieron se les dio el poder de convertirse en hijos de Dios. Todo esto se realiza y sigue realizándose constantemente por obra del Espíritu Santo.

Los "hijos de Dios" son aquellos que son guiados por el Espíritu de Dios. La filiación divina nace en los hombres sobre la base del misterio de la Encarnación, gracias a Cristo, el Hijo eterno. Pero el nacimiento o el renacer ocurre cuando Dios Padre envía el Espíritu de su Hijo a nuestros corazones. Entonces, realmente recibimos el Espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: "¡Abbá, Padre!". Por lo tanto, esta filiación divina, insertada en el alma humana a través de la gracia santificante, es obra del Espíritu Santo. El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios, y si somos hijos, también somos herederos; herederos de Dios, coherederos de Cristo. La gracia santificante es el principio y la fuente de esta nueva vida divina y sobrenatural en el hombre.

El don de esta nueva vida es la respuesta definitiva de Dios a las palabras del Salmista, quien habla de cómo Dios envía su aliento y se crea la vida, renovando la faz de la tierra. Aquel que en el misterio de la creación da vida al hombre y al cosmos, lo renueva a través del misterio de la Encarnación. De esta manera, la creación se completa con la Encarnación y se impregna de las fuerzas de la redención que abarcan a la humanidad y a todo lo creado. La ansiosa espera de la creación anhela la revelación de los hijos de Dios, aquellos que Dios, habiendo conocido desde siempre, predestinó a reproducir la imagen de su Hijo. Así, los hombres son adoptados de manera sobrenatural, obra del Espíritu Santo, amor y don. La vida humana es penetrada por la participación de la vida divina y recibe una dimensión divina y sobrenatural.

Todo esto se enmarca en el ámbito del gran Jubileo, que va más allá de la dimensión El Espíritu de la verdad ha recibido a lo largo de los siglos, de los dos mil años de la acción del Espíritu Santo, el tesoro de la Redención de Cristo, dando a los hombres la nueva vida y realizando en ellos la adopción en el Hijo unigénito, santificándolos. El tiempo que vivimos nos invita a mirar atrás, comprender toda la acción del Espíritu Santo incluso antes de Cristo, en todo el mundo y en la Antigua Alianza. La gracia lleva consigo una característica cristológica y pneumatológica que se manifiesta especialmente en aquellos que se adhieren explícitamente a Cristo. Pero también debemos mirar más abiertamente y reconocer la acción del Espíritu Santo fuera del cuerpo visible de la Iglesia, ofreciendo a todos la posibilidad de asociarse al misterio pascual de una manera conocida solo por Dios.

Este tiempo de preparación nos llama a adorar a Dios en espíritu y verdad. Dios es espíritu y, al mismo tiempo, está presente en el mundo y en el hombre, inmanente y vivificante. La presencia divina se ha manifestado de manera visible en Jesucristo, donde se ha revelado la gracia. La vida de la Iglesia significa ir al encuentro de Dios oculto, del Espíritu que da vida. Se nos invita a meditar en el misterio de Dios uno y trino, que es completamente trascendente al mundo pero que está presente en él de manera inmanente a través del Espíritu Santo.

Oración

V


Oh Espíritu Santo,
Amor del Padre, y del Hijo,
Inspírame siempre lo que debo pensar,
lo que debo decir,
cómo debo decirlo,
lo que debo callar,
cómo debo actuar,
lo que debo hacer,
para gloria de Dios,
bien de las almas
y mi propia Santificación.

Espíritu Santo,
Dame agudeza
para entender,
capacidad para retener,
método y facultad para aprender,
sutileza para interpretar,
gracia y eficacia para hablar.

Dame acierto al empezar
dirección al progresar
y perfección al acabar.

Amén.

(Oración al Espíritu Santo del Card. Verdier)

Invocaciones

Espíritu Santo imprime en nosotros el horror al pecado, te rogamos óyenos.
Espíritu Santo ven a renovar la faz de la tierra…
Espíritu Santo derrama tus luces en nuestra inteligencia…
Espíritu Santo graba tu ley en nuestros corazones...
Espíritu Santo abrásanos en el fuego de tu amor…
Espíritu Santo ábrenos el tesoro de tus gracias…
Espíritu Santo enséñanos a orar como se debe…
Espíritu Santo ilumínanos con tus inspiraciones celestiales…
Espíritu Santo concédenos la única ciencia necesaria…
Espíritu Santo inspíranos la práctica de las virtudes…
Espíritu Santo haz que perseveremos en tu justicia…
Espíritu Santo sé tú mismo nuestra recompensa…

Oración conclusiva

¡Espíritu divino! Por los méritos de Jesucristo, te suplicamos vengas a nuestros corazones y nos comuniques la plenitud de tus dones, para que, iluminados y confortados por ellos, vivamos según tu voluntad, y muriendo entregados a tu amor, merezcamos cantar eternamente tus infinitas misericordias. Amén.

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