Espíritu Santo, ¡Ven!: Día décimo

 

Día décimo


Oración inicial para todos los días

Ante tu presencia postrado, 
¡Soberano Espíritu de paz, de reconciliación y de todo consuelo!, 
humildemente te pido perdón de mis pecados, 
y la gracia de un verdadero arrepentimiento. 

Dones especiales de tu misericordia son la luz para bien conocer y discernir; 
la llama del alma para detestarlas; 
el firme propósito actual para nunca más volver a cometerlas; 
la fortaleza y perseverancia para el cumplimiento de tal resolución hasta el fin de la vida.

Concédeme, Espíritu divino, 
también el fervor y devoción para vivir dando gloria a Dios 
para mi bien y el bien de la Iglesia. Amén.

Texto

La Iglesia, en su búsqueda de comprender su constitución divino-humana y su participación en la misión mesiánica de Cristo, se remonta al anuncio de Jesús sobre la venida del Espíritu Santo como Paráclito, Espíritu de la verdad. Jesús habla de su partida a través de la Cruz como condición necesaria para su venida: "Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy, os lo enviaré" (Juan 16:7). Esta venida del Espíritu Santo se realizó en el día de Pentecostés y continúa en la historia de la humanidad a través de la Iglesia.

En la última Cena, Jesús también habla de su nueva venida: "No os dejaré huérfanos; volveré a vosotros" (Juan 14:18). Esta nueva venida de Cristo se cumple a través del Espíritu Santo, quien hace que Cristo, habiendo partido, venga de un modo nuevo. Esta venida se realiza sacramentalmente en la realidad de la Eucaristía, donde Cristo está presente y actúa en la Iglesia de manera íntima, constituyéndola como su Cuerpo. La Eucaristía es el lugar donde se realiza sacramentalmente la partida y la venida de Cristo, y donde el Espíritu Santo fortalece al hombre interior.

La Iglesia, guiada por el Espíritu Santo, se manifiesta a sí misma a través de la Eucaristía desde los primeros cristianos hasta la actualidad. Sin embargo, lamentablemente, el segundo milenio cristiano ha estado marcado por grandes divisiones entre los cristianos. Por lo tanto, todos los creyentes deben esforzarse por conformar su pensamiento y acción a la voluntad del Espíritu Santo, para que los bautizados puedan estar unidos en la celebración de la Eucaristía como signo de unidad y vínculo de caridad.

La presencia eucarística de Cristo permite a la Iglesia comprender más profundamente su propio misterio como sacramento de la unión íntima con Dios y de unidad de toda la humanidad. La Iglesia se desarrolla a partir del misterio pascual de la partida de Cristo y vive de su venida siempre nueva por obra del Espíritu Santo. La Iglesia es el sacramento visible de los signos sagrados, mientras el Espíritu Santo actúa en ellos como dispensador invisible de la vida que significan.

La sacramentalidad de la Iglesia se diferencia de la de los sacramentos, pero ambas están relacionadas con el poder del Espíritu Santo, quien da la vida. La Iglesia es signo e instrumento de la presencia y acción del Espíritu vivificante. La Iglesia, fundamentada en la economía trinitaria de la salvación, se ve a sí misma como sacramento de la unidad de toda la humanidad, ya que la Redención comprende a todos los hombres y el Espíritu Santo actúa en virtud de la partida de Cristo.

La Iglesia se convierte en signo e instrumento para restablecer y reforzar la unidad del género humano, en su relación de comunión con Dios como Creador, Señor y Redentor.

El Espíritu Santo, como soplo divino, se manifiesta en la oración, estando presente en todas las situaciones y condiciones favorables o adversas a la vida espiritual. A través de la oración, el Espíritu Santo intercede por nosotros y suple nuestra incapacidad de orar correctamente. Es el don que viene al corazón del hombre junto con la oración, dándole una dimensión divina y conduciéndolo hacia la vida divina. En Lucas, se nos asegura que el Padre dará el Espíritu Santo a aquellos que lo pidan.

En nuestra época, que enfrenta desafíos y peligros, hay una creciente necesidad de oración. Muchas personas y comunidades reconocen que el progreso técnico-científico no es suficiente y buscan la fuerza espiritual que pueda levantar al hombre y salvarlo de sus errores. Descubren la oración como el medio por el cual el Espíritu Santo viene en ayuda de nuestra debilidad. La renovación de la oración ha sido evidente entre aquellos que anhelan la santidad y buscan la renovación de su vida espiritual.

La Iglesia, en medio de los problemas y desafíos de nuestra época, permanece fiel al misterio de su nacimiento en Pentecostés. El Espíritu Santo sigue presente en la Iglesia, guiándola y fortaleciéndola en la oración. La Iglesia persevera en la oración junto a María, la Madre de Cristo, quien coopera con amor materno en la generación y educación de los fieles. La unión de la Iglesia orante con María es un símbolo del profundo sentido de la Iglesia como Esposa que se dirige constantemente a su divino Esposo, y en esta invocación, el Espíritu Santo intercede por nosotros.

En el tercer milenio, la Iglesia se prepara para el gran Jubileo, y su oración se orienta hacia la llegada del Reino eterno. La oración de la Iglesia, junto con el Espíritu Santo, busca los destinos salvíficos de la humanidad a lo largo de la historia. La Iglesia anhela el cumplimiento definitivo en Dios y espera con esperanza escatológica la plenitud de los tiempos.

El Espíritu Santo se manifiesta en la oración, guiándonos, intercediendo por nosotros y dándole una dimensión divina. En nuestra época, la oración se vuelve aún más necesaria, y la Iglesia, unida a María, persevera en la oración y busca la renovación espiritual. La oración de la Iglesia tiene una dimensión escatológica y se dirige hacia el cumplimiento definitivo en Dios. En preparación para el Jubileo, la Iglesia se encomienda al Espíritu Santo y anhela la venida del Reino eterno.

Oración

Ven, Espíritu Creador,
visita las almas de tus fieles
llena con tu divina gracia,
los corazones que creaste.
Tú, a quien llamamos Paráclito,
don de Dios Altísimo,
fuente viva, fuego,
caridad y espiritual unción.
Tú derramas sobre nosotros los siete dones;
Tú, dedo de la diestra del Padre;
Tú, fiel promesa del Padre;
que inspiras nuestras palabras.
Ilumina nuestros sentidos;
infunde tu amor en nuestros corazones;
y, con tu perpetuo auxilio,
fortalece la debilidad de nuestro cuerpo.
Aleja de nosotros al enemigo,
danos pronto la paz,
sé nuestro director y nuestro guía,
para que evitemos todo mal.
Por ti conozcamos al Padre,
al Hijo revélanos también;
Creamos en ti, su Espíritu,
por los siglos de los siglos
Gloria a Dios Padre,
y al Hijo que resucitó,
y al Espíritu Consolador,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Himno de Vísperas de la Solemnidad de Pentecostés.)

Invocaciones

Espíritu Santo imprime en nosotros el horror al pecado, te rogamos óyenos.
Espíritu Santo ven a renovar la faz de la tierra…
Espíritu Santo derrama tus luces en nuestra inteligencia…
Espíritu Santo graba tu ley en nuestros corazones...
Espíritu Santo abrásanos en el fuego de tu amor…
Espíritu Santo ábrenos el tesoro de tus gracias…
Espíritu Santo enséñanos a orar como se debe…
Espíritu Santo ilumínanos con tus inspiraciones celestiales…
Espíritu Santo concédenos la única ciencia necesaria…
Espíritu Santo inspíranos la práctica de las virtudes…
Espíritu Santo haz que perseveremos en tu justicia…
Espíritu Santo sé tú mismo nuestra recompensa…

Oración conclusiva

¡Espíritu divino! Por los méritos de Jesucristo, te suplicamos vengas a nuestros corazones y nos comuniques la plenitud de tus dones, para que, iluminados y confortados por ellos, vivamos según tu voluntad, y muriendo entregados a tu amor, merezcamos cantar eternamente tus infinitas misericordias. Amén.

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