Espíritu Santo ¡Ven!: Día noveno

 

Día noveno


Oración inicial para todos los días

Ante tu presencia postrado, 
¡Soberano Espíritu de paz, de reconciliación y de todo consuelo!, 
humildemente te pido perdón de mis pecados, 
y la gracia de un verdadero arrepentimiento. 

Dones especiales de tu misericordia son la luz para bien conocer y discernir; 
la llama del alma para detestarlas; 
el firme propósito actual para nunca más volver a cometerlas; 
la fortaleza y perseverancia para el cumplimiento de tal resolución hasta el fin de la vida.

Concédeme, Espíritu divino, 
también el fervor y devoción para vivir dando gloria a Dios 
para mi bien y el bien de la Iglesia. Amén.

Texto

La historia de la humanidad es una constante lucha entre el anhelo de estar cerca de Dios y las fuerzas que nos alejan de Él. A lo largo de los siglos, esta batalla espiritual, mencionada por el apóstol Pablo en la Biblia, se ha manifestado en el mundo físico y en los errores y pecados de las personas. Como bien expresó Pablo en Romanos 7,19: "Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago".

Sin embargo, a pesar de estas resistencias, la historia también revela la gracia y el amor incondicional de Dios, quien siempre ha buscado la reconciliación con la humanidad. Esta verdad se encuentra en el corazón del mensaje central de la Biblia, tal como se nos recuerda en Jn 3,16: "Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, sino que tenga vida eterna".

La realidad del mundo en el que vivimos, con toda su diversidad y complejidad, junto con la lucha interna que enfrentamos individualmente, nos hace conscientes de nuestra necesidad de buscar a Dios y encontrar redención en Cristo. La escritura de Jeremías 29,13 nos anima con estas palabras: "Me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón".

A través de los tiempos, el mensaje de la Biblia ha sido un recordatorio constante de la existencia de esta lucha espiritual y del llamado a buscar a Dios. Las palabras de la Biblia son un faro de esperanza en medio de las dificultades, nos instan a reflexionar sobre nuestra relación con Él y a confiar en su amor y misericordia.

La Biblia nos muestra que desde el principio de la creación, la humanidad ha experimentado la tensión entre el bien y el mal. En el relato del Jardín del Edén, Adán y Eva se enfrentaron a la tentación de desobedecer a Dios y sucumbieron a ella. Este episodio ilustra cómo nuestras decisiones pueden alejarnos de la comunión con Dios.

A lo largo de la historia bíblica, vemos cómo el pueblo de Dios enfrentó obstáculos y pruebas que ponían a prueba su fe. Moisés y los israelitas caminaron por el desierto durante cuarenta años, enfrentando desafíos y dificultades, pero también experimentando la fidelidad de Dios. El salmista escribió en el Salmo 34,19: "Muchas son las aflicciones del justo, pero de todas ellas le librará el Señor".

En el Nuevo Testamento, Jesús mismo enfrentó la tentación y la oposición mientras llevaba a cabo su misión redentora en la tierra. En Mateo 4,1, leemos: "Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el diablo". A pesar de las adversidades, Jesús permaneció fiel a su propósito divino y nos mostró el camino hacia la salvación.

La historia bíblica está llena de ejemplos de personas que, a pesar de sus luchas y fracasos, encontraron consuelo y redención en Dios. El rey David, a pesar de sus caídas y pecados, buscó a Dios con todo su corazón y escribió en el Salmo 51,10: "Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí".

En la historia de la humanidad es una lucha constante entre el deseo de estar cerca de Dios y las fuerzas que nos alejan de Él. Aunque enfrentamos resistencias internas y externas, las citas bíblicas nos recuerdan que Dios nos ama y busca nuestra reconciliación. La Biblia nos insta a buscar a Dios con todo nuestro corazón y encontrar esperanza y redención en Cristo.

La Iglesia, como heredera y continuadora del testimonio apostólico, anuncia y vive el misterio de la Resurrección y Pentecostés. Ella es testigo perenne de la victoria sobre la muerte, revelando la fuerza del Espíritu Santo y su presencia en los hombres y en el mundo. La resurrección de Cristo revela al Espíritu Santo Paráclito como aquel que da la vida: "Aquel que resucitó a Cristo de entre los muertos dará también la vida a vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que habita en vosotros" (Romanos 8,11). La Iglesia anuncia la vida, manifestada más allá de la muerte, como vida más fuerte que la muerte. También anuncia al Espíritu vivificante, cooperando con Él en dar la vida. En nombre de la resurrección de Cristo, la Iglesia sirve a la vida que proviene de Dios mismo, en íntima unión y humilde servicio al Espíritu.

La relación íntima con Dios por el Espíritu Santo permite al hombre comprenderse a sí mismo y a su propia humanidad de un modo nuevo. En Jesucristo, el prototipo de la relación con Dios, el hombre descubre la razón de la entrega sincera de sí mismo a los demás. Como dice el Concilio Vaticano II, el hombre es amado por Dios por sí mismo, en su dignidad de persona abierta a la integración y comunión social (Gaudium et Spes, 24). Este conocimiento y realización plena de la verdad del ser humano solo se logra por obra del Espíritu Santo. El Espíritu revela al hombre su pertenencia a Cristo y lo capacita para vivir según el Espíritu.

Bajo la influencia del Espíritu Santo, el hombre interior madura y se fortalece. Mediante el don de la gracia, el hombre es introducido en la realidad sobrenatural de la vida divina y se convierte en santuario del Espíritu Santo, templo vivo de Dios. "En efecto, por el Espíritu Santo, el Padre y el Hijo vienen al hombre y ponen en él su morada" (Juan 14,23). En esta comunión de gracia con la Trinidad, el hombre vive en Dios y de Dios, deseando lo espiritual (Romanos 8,5).

El Espíritu Santo revela al hombre su verdadera dignidad y lo capacita para liberarse de los determinismos que lo esclavizan. En nuestra sociedad, los factores materialistas y estructuras dominantes pueden impedir la madurez del hombre. Sin embargo, el Espíritu Santo infunde constantemente la luz y la fuerza de la vida nueva según la libertad de los hijos de Dios (Romanos 8,2). El Jubileo del año dos mil contiene un mensaje de liberación por obra del Espíritu, ayudando a las personas y comunidades a romper con los determinismos y descubrir la plena dimensión de la verdadera libertad humana. "Donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad" (2 Corintios 3,17).

La Iglesia, en comunión con el Espíritu Santo, anuncia y vive el misterio de la Resurrección y Pentecostés. Ella es el testimonio vivo de la victoria sobre la muerte y la manifestación del poder del Espíritu en la humanidad y el mundo. A través de la Resurrección, la Iglesia proclama la vida más allá de la muerte, mientras que el Espíritu Santo la capacita para dar vida y servir a los demás. En la relación íntima con el Espíritu Santo, el hombre descubre su verdadera identidad y vive de acuerdo con la verdad divina. El Espíritu Santo habita en el hombre, fortaleciendo su ser interior y capacitándolo para liberarse de los determinismos que lo esclavizan. Que la Iglesia, en unión con el Espíritu Santo, continúe siendo testigo de la vida y la libertad que provienen de Dios.

Oración

Dios todopoderoso, 
te pedimos que hagas brillar sobre nosotros el resplandor de tu gloria, 
y confirma con la luz de tu Espíritu 
a quienes hemos renacido por tu gracia. 
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, 
que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo 
y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén
(Oración colecta misa de vigilia de Pentecostés)

Invocaciones

Espíritu Santo imprime en nosotros el horror al pecado, te rogamos óyenos.
Espíritu Santo ven a renovar la faz de la tierra…
Espíritu Santo derrama tus luces en nuestra inteligencia…
Espíritu Santo graba tu ley en nuestros corazones...
Espíritu Santo abrásanos en el fuego de tu amor…
Espíritu Santo ábrenos el tesoro de tus gracias…
Espíritu Santo enséñanos a orar como se debe…
Espíritu Santo ilumínanos con tus inspiraciones celestiales…
Espíritu Santo concédenos la única ciencia necesaria…
Espíritu Santo inspíranos la práctica de las virtudes…
Espíritu Santo haz que perseveremos en tu justicia…
Espíritu Santo sé tú mismo nuestra recompensa…

Oración conclusiva

¡Espíritu divino! Por los méritos de Jesucristo, te suplicamos vengas a nuestros corazones y nos comuniques la plenitud de tus dones, para que, iluminados y confortados por ellos, vivamos según tu voluntad, y muriendo entregados a tu amor, merezcamos cantar eternamente tus infinitas misericordias. Amén.

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