66 - Oración en Getsemaní (Mt 26, 36-46)

 DÍA 66


1. Invoca al Espíritu Santo


2. La Palabra de Dios.

Oración en Getsemaní (Mt 26, 36-46)

36 Entonces Jesús fue con ellos a un huerto, llamado Getsemaní, y dijo a los discípulos: «Sentaos aquí, mientras voy allá a orar».

37 Y llevándose a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, empezó a sentir tristeza y angustia.

38 Entonces les dijo: «Mi alma está triste hasta la muerte; quedaos aquí y velad conmigo».

39 Y adelantándose un poco cayó rostro en tierra y oraba diciendo: «Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz. Pero no se haga como yo quiero, sino como quieres tú».

40 Y volvió a los discípulos y los encontró dormidos. Dijo a Pedro: «¿No habéis podido velar una hora conmigo? 41 Velad y orad para no caer en la tentación, pues el espíritu está pronto, pero la carne es débil».

42 De nuevo se apartó por segunda vez y oraba diciendo: «Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad».

43 Y viniendo otra vez, los encontró dormidos, porque sus ojos se cerraban de sueño. 44 Dejándolos de nuevo, por tercera vez oraba repitiendo las mismas palabras.

45 Volvió a los discípulos, los encontró dormidos y les dijo: «Ya podéis dormir y descansar. Mirad, está cerca la hora y el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. 46 ¡Levantaos, vamos! Ya está cerca el que me entrega».


3. La Palabra ilumina

En Getsemaní, en cambio, invita a Pedro, a Santiago y a Juan a estar más cerca de él. Son los discípulos que fueron llamados a estar con Él en el monte de la Transfiguración (cf. Mc 9,2-13).

Esta cercanía de los tres durante la oración en Getsemaní es significativa. Incluso aquella noche, Jesús orará al Padre "a solas", porque su relación con Él es única y singular: es la relación del Hijo Unigénito. Parece, en efecto, que sobre todo aquella noche nadie puede acercarse verdaderamente al Hijo, que se presenta ante el Padre en su identidad absolutamente única, exclusiva. Jesús, sin embargo, a pesar de venir "solo" al punto donde se detendrá a rezar, quiere por lo menos que tres de sus discípulos permanezcan no muy lejos, en una relación más estrecha con Él. Se trata de un acercamiento especial, una petición de solidaridad en el momento en que siente aproximarse la muerte, pero es sobre todo una cercanía en la oración, para expresar, de alguna manera, la sintonía con Él, en el momento en que está a punto de cumplirse totalmente la voluntad del Padre, y es una invitación a cada discípulo a seguirlo en el camino de la cruz.

En las palabras dirigidas a los tres, Jesús, una vez más, se expresa en el lenguaje de los Salmos: "Mi alma está triste", una expresión del Salmo 43 (cf. Sal 43,5). La dura determinación "hasta la muerte", lleva a una situación vivida por muchos de los mensajeros de Dios en el Antiguo Testamento y que se expresa en sus oraciones. No es raro, de hecho, que llevar a cabo la misión confiada signifique encontrar hostilidad, rechazo, persecución, obediencia a la voluntad del Padre, la entrega a Dios con plena confianza. Es un gesto que se repite al inicio de la celebración de la Pasión del Viernes Santo, como también en la profesión monástica y en las ordenaciones diaconales, presbiterales y episcopales, para expresar, en la oración, y también corporalmente, el completo abandonarse a Dios, confiar en Él. Entonces Jesús le pide al Padre que, si fuera posible, pasara de él esa hora. No es sólo el miedo y la angustia del hombre ante la muerte, sino la perturbación del Hijo de Dios que ve el terrible fardo del mal que deberá tomar sobre sí para superarlo, para privarlo de poder.

Queridos amigos, también nosotros, en la oración debemos ser capaces de llevar ante Dios nuestras fatigas, el sufrimiento de ciertas situaciones, de ciertas jornadas, el compromiso cotidiano de seguirlo, de ser cristianos, y también el peso del mal que vemos en y alrededor de nosotros, porque Él nos da esperanza, nos hace sentir su cercanía, nos da un poco de luz en el camino de la vida.

En la parte central de la invocación está el segundo elemento: la conciencia de la omnipotencia del Padre "todo es posible para ti", que introduce una petición en la cual, una vez más, aparece el drama de la voluntad humana de Jesús ante la muerte y el mal "¡aleja de mí este cáliz!". (...)

Jesús en el monte de los Olivos, reconduce la voluntad humana a un "sí" pleno a Dios. En Él, la voluntad natural está plenamente integrada en la orientación que le da la persona divina. Jesús vive su vida de acuerdo con el centro de su Persona: el ser el Hijo de Dios. Su voluntad humana se traza en el Yo del Hijo que se abandona totalmente al Padre. Así, Jesús nos dice que sólo en el conformar su propia voluntad a la voluntad divina, el ser humano llega a su verdadera altura, se vuelve "divino"; sólo saliendo de sí, sólo en el "sí" a Dios, se cumple el deseo de Adán, de todos nosotros, el ser completamente libres. Es lo que hizo Jesús en Getsemaní: transfiriendo la voluntad humana a la voluntad de Dios nace el hombre verdadero, y somos redimidos.

El Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica enseña claramente: "La oración de Jesús durante su agonía en el Huerto de Getsemaní y sus últimas palabras en la cruz revelan la profundidad de su oración filial: Jesús lleva a cumplimiento el designio de amor del Padre y toma sobre sí todas las angustias de la humanidad, todas las peticiones e intercesiones de la historia de la salvación. Él las presenta al Padre que las acepta y las concede, más allá de toda esperanza, resucitándolo de entre los muertos" (Nº.543). En realidad, "en ninguna otra parte de la Sagrada Escritura miramos tan profundamente dentro el misterio íntimo de Jesús, como en la oración en el Monte de los Olivos". (Gesù di Nazaret II, 177).

Queridos hermanos y hermanas, cada día en la oración del Padre Nuestro le pedimos al Señor: "Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo" (Mt. 6,10). Reconocemos, por ello, que hay una voluntad de Dios con nosotros y para nosotros, una voluntad de Dios en nuestras vidas, que debe convertirse cada día más en la referencia de nuestro querer y de nuestro ser; reconocemos entonces que es en el "cielo" donde se hace la voluntad de Dios y que la "tierra" se vuelve "cielo", lugar de la presencia del amor, de la bondad, de la verdad, de la belleza divina, solo si en ella se hace la voluntad de Dios.

En la oración de Jesús al Padre, en aquella noche terrible y maravillosa de Getsemaní, la "tierra" se ha convertido en "cielo"; la "tierra" de su voluntad humana, sacudida por el miedo y la angustia, fue asumida por su voluntad divina, de modo que la voluntad de Dios se cumplió en la tierra. Y esto también es importante en nuestra oración: debemos aprender a confiar más en la divina Providencia, pedirle a Dios la fuerza para salir de nosotros mismos para renovarle nuestro "sí", para repetirle "Hágase tu voluntad", para adecuar nuestra voluntad a la suya.

Es una oración que hacemos a diario, ya que no siempre es fácil confiar en la voluntad de Dios, repetir el "sí" de Jesús, el "sí" de María. Los relatos del evangelio de Getsemaní muestran dolorosamente que los tres discípulos elegidos por Jesús para estar cerca de Él, no fueron capaces de velar con Él, de compartir su oración, su adhesión al Padre, y se sintieron abrumados por el sueño. (Benedicto XVI, Catequesis 1/02/2012)


4. Dialoga con el Señor

Pidamos al Señor ser capaces de velar con Él en la oración, de seguir la voluntad de Dios cada día, incluso si habla de Cruz, de vivir en intimidad cada vez mayor con el Señor, para traer a esta «tierra», un poco del «cielo» de Dios. 


Dios te bendiga.

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