67 - El prendimiento (Mt 26, 47-56)

 DÍA 67


1. Invoca al Espíritu Santo


2. La Palabra de Dios

El prendimiento (Mt 26, 47-56)

47 Todavía estaba hablando, cuando apareció Judas, uno de los Doce, acompañado de un tropel de gente, con espadas y palos, enviado por los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo.

48 El traidor les había dado esta contraseña: «Al que yo bese, ese es: prendedlo».

49 Después se acercó a Jesús y le dijo: «¡Salve, Maestro!». Y lo besó.

50 Pero Jesús le contestó: «Amigo, ¿a qué vienes?». 

Entonces se acercaron a Jesús y le echaron mano y lo prendieron. 51 Uno de los que estaban con él agarró la espada, la desenvainó y de un tajo le cortó la oreja al criado del sumo sacerdote.

52 Jesús le dijo: «Envaina la espada: que todos los que empuñan espada, a espada morirán. 53 ¿Piensas tú que no puedo acudir a mi Padre? Él me mandaría enseguida más de doce legiones de ángeles. 54 ¿Cómo se cumplirían entonces las Escrituras que dicen que esto tiene que pasar?».

55 Entonces dijo Jesús a la gente: «¿Habéis salido a prenderme con espadas y palos como si fuera un bandido? A diario me sentaba en el templo a enseñar y, sin embargo, no me prendisteis.

56 Pero todo esto ha sucedido para que se cumplieran las Escrituras de los profetas». En aquel momento todos los discípulos lo abandonaron y huyeron.


3. La Palabra ilumina

En la mayoría de nuestras Biblias, el título de este pasaje es “El Arresto de Jesús”.  Y eso es normal, porque es el acontecimiento principal.  Pero lo que nos impresiona en este relato es la reacción de los discípulos de Jesús. “Entonces todos los discípulos, dejándole, huyeron”.

Jesús fue arrestado, y se dejó llevar por los aguaciles, pacíficamente.  Impidió que Pedro lo defendiera.  Dijo que su arresto era simplemente el cumplimiento de la profecía.  Los discípulos, en todo caso, habrían estado dispuestos a vender sus vidas en una batalla en defensa de Jesús, pero no pudieron comprender el hecho que Él se dejara arrestar.  Eso era demasiado para ellos.  Y huyeron. Fue el cumplimiento, o al menos una aplicación, de Zacarías 13:7, “Hiere al pastor, y serán dispersadas las ovejas”.

Las personas suelen acobardarse cuando no entienden lo que está pasando. Los discípulos estaban confusos: habían esperado que Jesús iba a instalar su reino de manera visible, ya. No entendieron la alusión que Jesús había hecho a la profecía de Zacarías. No podían ver qué buena cosa podría salir de la situación. Lo que sucedía rompía todos sus esquemas.

La confusión hizo, por una parte, que no pudiesen racionalizar un comportamiento valiente. Además, en su confusión,

 pudieron sentir que Jesús les había dejado colgados. Nosotros tampoco lo entendemos todo en la vida. Y cuando no lo entendemos, solemos rechazar la aflicción. Cuántas veces una persona afligida dice: “¡si solo pudiese entender!”.  Quieren entender el “por qué” de la aflicción, aunque sería más importante entender el “para qué”. Pero, aun así, a menudo no se puede saber. Es entonces que la fe tiene que entrar en juego, la fe que puede seguir aun cuando no se entiende.

Las personas con las mejores intenciones pueden acobardarse en un momento crítico. Tenemos que estar en guardia contra el pánico y otras flaquezas puntuales. Tenemos que ser tolerantes con quienes muestran debilidad: hemos de reconocer la posibilidad de que sean personas muy sinceras y bien intencionadas, y no tratarlas como hipócritas.

Hay que perdonar a aquellos que nos dejan a un lado, y volver a confiar en ellos. A veces las personas se han mostrado muy prometedoras, y hemos contado con ellas, pero en los momentos difíciles nos dejan colgados.  Pensamos:  “Nunca volveré a confiar en ellos”. Es lo que los discípulos hicieron con Jesús, pero Él no les abandonó. Al resucitar, se reunió con ellos.  Ellos siguieron siendo su medio para alcanzar al mundo con el evangelio.

Hay que saber sufrir solo. "Ríe, y el mundo reirá contigo. Llora, y llorarás solo." Cuando estamos afligidos, la gente suele dejarnos solos.  Y esa soledad puede parecernos lo más difícil de llevar. Es una buena oportunidad para nosotros, sin embargo, para acercarnos a Dios y depender enteramente de Él. Por otro lado, hemos de cuidarnos de no dejar que otros tengan que sufrir solos.  Cuando vemos a alguien en una aflicción, debemos intentar estar con él.

La aflicción es una escuela.  Es una escuela para la persona afligida, y es una escuela para los demás que observan.  Es una prueba, en la cual tenemos la oportunidad de demostrar de qué estamos hechos.  ¿Somos capaces de sufrir solos, cuando los demás nos abandonan?  ¿Estamos dispuestos a apoyar a aquel que está afligido, y no dejarlo solo?


4. Dialoga con el Señor

Jamás permitas que me separe de Ti, Señor. 


Dios te bendiga.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Carta Pierbattista Card. Pizzaballa

El árbol de navidad un signo cristiano

El misterio del Belén