70 - Conducido a Pilato y la muerte de Judas (Mt 27, 1-10)

 DÍA 70

1. Invoca al Espíritu Santo.

2. La Palabra de Dios

Conducido a Pilato y la muerte de Judas (Mt 27, 1-10)

1 Al hacerse de día, todos los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo se reunieron para preparar la condena a muerte de Jesús.

2 Y atándolo lo llevaron y lo entregaron a Pilato, el gobernador.

3 Entonces Judas, el traidor, viendo que lo habían condenado, se arrepintió y devolvió las treinta monedas de plata a los sumos sacerdotes y ancianos diciendo: «He pecado, 4 entregando sangre inocente». Pero ellos dijeron: «¿A nosotros qué? ¡Allá tú!».

5 Él, arrojando las monedas de plata en el templo, se marchó; y fue y se ahorcó.

6 Los sacerdotes, recogiendo las monedas de plata, dijeron: «No es lícito echarlas en el arca de las ofrendas porque son precio de sangre».

7 Y, después de discutirlo, compraron con ellas el Campo del Alfarero para cementerio de forasteros. 8 Por eso aquel campo se llama todavía «Campo de Sangre».

9 Así se cumplió lo dicho por medio del profeta Jeremías: «Y tomaron las treinta monedas de plata, el precio de uno que fue tasado, según la tasa de los hijos de Israel, 10 y pagaron con ellas el Campo del Alfarero, como me lo había ordenado el Señor».

3. La Palabra ilumina

En torno a la figura de Judas han surgido muchas leyendas amargas, y la sombra siniestra del traidor no ha cesado nunca de inquietar a los creyentes. ¿Cómo es posible que precisamente uno de los Doce pudiera llevar acabo una traición tan repugnante? En verdad, el corazón humano es un abismo, y la libertad pone al hombre continuamente frente a opciones que pueden convertirse en ámbito de gracia o de desesperación. No es casual que el evangelio cuente también las negaciones de Pedro, igualmente graves, pero que, por el recuerdo de las palabras de Jesús, se convirtió en ocasión para recuperar la inocencia mediante las lágrimas y el perdón. 

En el fondo, todos nos sentimos capaces (y lo somos realmente) de acciones horribles. Sin embargo, lo que ni siquiera conseguimos imaginar es lo grande que debió ser el dolor de Jesús por no haber conseguido, durante los años de la asidua compañía de Judas, hacer mella en su corazón, abrirlo al amor. Para el hombre replegado en sí mismo e incapaz de creer en el perdón no queda otra salida que la desesperación: Judas, en efecto, prefiere pagar orgullosamente el castigo por su propio pecado, condenándose por sí mismo con una justicia despiadada. 

Jesús había manifestado de muchas maneras en su enseñanza el rostro de Dios como un Dios de piedad, de amor, de compasión con el que se equivoca; ahora bien, precisamente en el momento supremo de su misión, Él mismo debe rendirse ante la negativa a acoger la dimensión de la gratuidad del amor. La incapacidad de dejarse amar de manera gratuita por Dios tal vez sea la tentación más insidiosa y grave con la que, antes o después, se topa todo hombre. Quisiéramos comprar o trocar siempre todo, alcanzarlo todo con nuestras capacidades y nuestras fuerzas; quisiéramos obtener la estima, incluso la de Dios, por nuestros propios méritos. Cuando tocamos con la mano nuestra pobreza y miseria, la soberbia (y este es precisamente el pecado original) nos hace sentir vergüenza de nosotros mismos y nos aprisiona, haciéndonos insensibles incluso a las lágrimas de Cristo, que nos espera para tener piedad de nosotros... 

Sin embargo, Dios es más fuerte que nuestra orgullosa autosuficiencia; solo Él, que ha plasmado nuestro corazón, comprende todas nuestras obras (cf. Sal 32,15). Solo a Él corresponde el juicio.

4. Dialoga con el Señor

¿Cuál es mi respuesta ante mi pecado? 

¿Me conformo? ¿Me desespero? 

¿Voy en busca de la reparación y la confesión?

Dios te bendiga.

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