Árbol de Jesé 9 - Moisés

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Palabra de Dios

(Ex 3, 1-20)

1 Moisés pastoreaba el rebaño de su suegro Jetró, sacerdote de Madián. Llevó el rebaño trashumando por el desierto hasta llegar a Horeb, la montaña de Dios.
2 El ángel del Señor se le apareció en una llamarada entre las zarzas. Moisés se fijó: la zarza ardía sin consumirse.
3 Moisés se dijo: «Voy a acercarme a mirar este espectáculo admirable, a ver por qué no se quema la zarza».
4 Viendo el Señor que Moisés se acercaba a mirar, lo llamó desde la zarza: «Moisés, Moisés». Respondió él: «Aquí estoy».
5 Dijo Dios: «No te acerques; quítate las sandalias de los pies, pues el sitio que pisas es terreno sagrado».
6 Y añadió: «Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob». Moisés se tapó la cara, porque temía ver a Dios.
7 El Señor le dijo: «He visto la opresión de mi pueblo en Egipto y he oído sus quejas contra los opresores; conozco sus sufrimientos.
8 He bajado a librarlo de los egipcios, a sacarlo de esta tierra, para llevarlo a una tierra fértil y espaciosa, tierra que mana leche y miel, la tierra de los cananeos, hititas, amorreos, perizitas, heveos y jebuseos.
9 El clamor de los hijos de Israel ha llegado a mí y he visto cómo los tiranizan los egipcios.
10 Y ahora marcha, te envío al faraón para que saques a mi pueblo, a los hijos de Israel».
11 Moisés replicó a Dios: «¿Quién soy yo para acudir al faraón o para sacar a los hijos de Israel de Egipto?».
12 Respondió Dios: «Yo estoy contigo; y esta es la señal de que yo te envío: cuando saques al pueblo de Egipto, daréis culto a Dios en esta montaña».
13 Moisés replicó a Dios: «Mira, yo iré a los hijos de Israel y les diré: “El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros”. Si ellos me preguntan: “¿Cuál es su nombre?”, ¿qué les respondo?».
14 Dios dijo a Moisés: «“Yo soy el que soy”; esto dirás a los hijos de Israel: “Yo soy” me envía a vosotros».
15 Dios añadió: «Esto dirás a los hijos de Israel: “El Señor, Dios de vuestros padres, el Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob, me envía a vosotros. Este es mi nombre para siempre: así me llamaréis de generación en generación”».
16 «Vete, reúne a los ancianos de Israel y diles: El Señor Dios de vuestros padres se me ha aparecido, el Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob, y me ha dicho: “He observado atentamente cómo os tratan en Egipto
17 y he decidido sacaros de la opresión egipcia y llevaros a la tierra de los cananeos, hititas, amorreos, perizitas, heveos y jebuseos, a una tierra que mana leche y miel”.
18 Ellos te harán caso; y tú, con los ancianos de Israel, te presentarás al rey de Egipto y le diréis: “El Señor, Dios de los hebreos, nos ha salido al encuentro y ahora nosotros tenemos que hacer un viaje de tres jornadas por el desierto para ofrecer sacrificios al Señor nuestro Dios”.
19 Yo sé que el rey de Egipto no os dejará marchar ni a la fuerza;
20 pero yo extenderé mi mano y heriré a Egipto con prodigios que haré en medio de él, y entonces os dejará marchar.

Meditación

Desde que el pecado entró al mundo, los seres humanos perdimos el privilegio de relacionarnos con Dios cara a cara. Adán y Eva tenían acceso a Dios mientras vivían inocentes en el jardín del Edén, pero después de la caída, tuvieron temor de conversar con él y se escondieron de su presencia.

A partir de ese momento muchos hijos de Dios tuvieron el deseo de conversar con Dios de esa manera, y la oración fue el medio por el cual hombres y mujeres pudieron tener acceso al trono celestial. Pero hubo al menos una excepción. La Biblia habla de un hombre que tuvo el privilegio de conversar cara a cara con Dios, «como habla cualquiera a su compañero», y ese fue Moisés. Nacido en un hogar de esclavos, fue educado hasta los cuarenta años en la corte egipcia. Después de cometer un asesinato, huyó a Madián y se convirtió en pastor de ovejas, labor que realizó por otros cuarenta años. En la soledad del desierto, Moisés cultivó una amistad genuina con Dios, y el altivo príncipe de Egipto llegó a ser el manso líder de Israel.

Con el sello y la autoridad del cielo, entró por las cortes egipcias para liberar a su pueblo, y después de una manifestación poderosa del Dios verdadero, guió la liberación de todos los israelitas. Con amor y devoción dirigió a ese pueblo que había vivido como esclavo por más de cuatrocientos años, enseñándoles la ley divina que sus padres habían honrado y ellos olvidado.
Ese gran líder, que vio en visiones el Santuario celestial, tuvo el privilegio de conversar con Dios cara a cara, y era tan vivida y tan real la presencia divina a su lado, que «la piel de su rostro era resplandeciente» y todo el pueblo tuvo miedo de acercársele (Éx. 34:30).

Ora

¿Te gustaría conversar con Dios cara a cara como lo hizo Moisés? Pídeselo a Dios, te invito a que pruebes

Dio te bendiga.


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