67. Orar con la liturgia: oración colecta del IV Domingo de Adviento

Con esta oración llegamos al IV Domingo de Adviento, en el umbral mismo de la Navidad.

 Oración colecta:

Derrama, Señor, tu gracia en nuestros corazones,
para que, quienes hemos conocido, por el anuncio del ángel,
la encarnación de Cristo, tu Hijo,
lleguemos, por su pasión y su cruz,
a la gloria de la resurrección.
Por nuestro Señor Jesucristo.

Introducción

El Adviento llega a su plenitud. Ya no se trata solo de esperar, sino de acoger.
Esta oración nos sitúa ante el misterio central de la fe: el Dios que se hace hombre, el Verbo que toma carne en el seno de María. La Encarnación es el punto donde el cielo y la tierra se encuentran, donde la gracia toca el corazón humano y lo transforma.

La oración comienza pidiendo a Dios que derrames su gracia en nuestros corazones. Esa gracia es el mismo Cristo que viene a habitar en nosotros. La fe no se contenta con admirar el misterio desde fuera; quiere vivirlo dentro, en la intimidad del corazón.

El texto une, con sabiduría litúrgica, los dos polos del misterio cristiano: el nacimiento y la pasión. El Hijo que se encarna para compartir nuestra vida es el mismo que cargará con la cruz para conducirnos a la gloria de la resurrección. En la carne de Cristo está ya la promesa de la Pascua.

Así, en este último domingo de Adviento, la Iglesia nos enseña que la gracia que desciende en Belén es la misma que nos eleva al cielo por la cruz.

1. Invocación inicial

Derrama, Señor, tu gracia en mi corazón,
para que, acogiendo con fe el misterio de la Encarnación,
pueda vivir unido a tu Hijo,
siguiendo sus pasos en la cruz
y participando un día en la gloria de su resurrección.
Que tu Palabra, hecha carne,
nazca también en mí
y transforme mi vida con su presencia.
Amén.

2. Escucha y meditación de la oración colecta

“Derrama, Señor, tu gracia en nuestros corazones…”
La gracia no se gana: se recibe. Es don gratuito, derramado desde lo alto como lluvia que fecunda la tierra. Pedimos que esa gracia penetre lo más hondo, no solo la mente o los sentimientos, sino el corazón, el centro donde el hombre decide y ama.

  • ¿Dejo que la gracia de Dios entre de verdad en mi vida?

  • ¿Hay espacios en mi corazón cerrados a su acción?

“…para que, quienes hemos conocido, por el anuncio del ángel, la encarnación de Cristo, tu Hijo…”
El anuncio del ángel a María es el punto donde la fe se hace historia. También a nosotros se nos ha anunciado este misterio: cada Navidad, cada Eucaristía, cada proclamación de la Palabra es un nuevo “anuncio”. Conocer la encarnación es más que saberla: es acogerla y dejar que transforme nuestra existencia.

  • ¿Cómo respondo al anuncio de Dios en mi vida cotidiana?

  • ¿Tengo el corazón disponible, como María, para decir “hágase”?

“…lleguemos, por su pasión y su cruz, a la gloria de la resurrección.”
El camino del Hijo encarnado culmina en la Pascua. No hay Navidad sin Cruz, ni Cruz sin Resurrección. En esta unión de misterio se revela el amor que salva. La Encarnación abre el camino, la Cruz lo purifica y la Resurrección lo consuma.

  • ¿Acepto la cruz como parte del camino hacia la gloria?

  • ¿Vivo unido al Cristo encarnado, sufriente y resucitado en mi vida diaria?

3. Oración personal

Señor Jesús,
Palabra eterna del Padre,
que por amor te hiciste carne en el seno de María,
derrama tu gracia en mi corazón.
Hazme humilde para acoger tu venida,
valiente para seguirte en el camino de la cruz,
y fiel para alcanzar contigo la gloria de la resurrección.
Que tu Encarnación transforme mi historia
en lugar de encuentro entre el cielo y la tierra.
Amén.

4. Contemplación

Contemplemos la escena del anuncio del ángel: la casa de Nazaret, el silencio, la luz que entra, la sorpresa de María.
En ese instante, la historia del mundo cambia para siempre: el infinito se hace pequeño, el Creador entra en su creación.
Imaginemos la misma gracia descendiendo ahora sobre nuestro corazón: Dios nos habla, su Palabra nos toca, su Espíritu fecunda nuestra vida.
En silencio, digamos también nosotros: “Hágase en mí según tu palabra.”
Dejemos que en nuestro interior nazca el Salvador.

5. Compromiso

  • Repetir durante el día: “Ven, Señor Jesús, y derrama tu gracia en mi corazón.”

  • Acoger el misterio de la Encarnación con una oración diaria de gratitud y silencio contemplativo.

  • Preparar el corazón para la Navidad mediante un gesto de reconciliación o de caridad concreta.

  • Contemplar la cruz como prolongación del pesebre: el amor que se entrega hasta el final.

Oración final

Derrama, Señor, tu gracia en nuestros corazones,
para que, quienes hemos conocido, por el anuncio del ángel,
la encarnación de Cristo, tu Hijo,
lleguemos, por su pasión y su cruz,
a la gloria de la resurrección.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo,
y es Dios por los siglos de los siglos.
Amén.


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