Día 77 - Resurrección (Mt 28, 1-15)

 Día 77

1. Invoca al Espíritu Santo

2. La Palabra de Dios

Resurrección (Mt 28, 1-15)

1 Pasado el sábado, al alborear el primer día de la semana, fueron María la Magdalena y la otra María a ver el sepulcro.

2 Y de pronto tembló fuertemente la tierra, pues un ángel del Señor, bajando del cielo y acercándose, corrió la piedra y se sentó encima.

3 Su aspecto era de relámpago y su vestido blanco como la nieve; 4 los centinelas temblaron de miedo y quedaron como muertos.

5 El ángel habló a las mujeres: «Vosotras no temáis, ya sé que buscáis a Jesús el crucificado.

6 No está aquí: ¡ha resucitado!, como había dicho. Venid a ver el sitio donde yacía 7 e id aprisa a decir a sus discípulos: “Ha resucitado de entre los muertos y va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis”. Mirad, os lo he anunciado».

8 Ellas se marcharon a toda prisa del sepulcro; llenas de miedo y de alegría corrieron a anunciarlo a los discípulos. 9 De pronto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: «Alegraos». Ellas se acercaron, le abrazaron los pies y se postraron ante él.

10 Jesús les dijo: «No temáis: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán».

11 Mientras las mujeres iban de camino, algunos de la guardia fueron a la ciudad y comunicaron a los sumos sacerdotes todo lo ocurrido.

12 Ellos, reunidos con los ancianos, llegaron a un acuerdo y dieron a los soldados una fuerte suma, 13 encargándoles: «Decid que sus discípulos fueron de noche y robaron el cuerpo mientras vosotros dormíais.

14 Y si esto llega a oídos del gobernador, nosotros nos lo ganaremos y os sacaremos de apuros».

15 Ellos tomaron el dinero y obraron conforme a las instrucciones. Y esta historia se ha ido difundiendo entre los judíos hasta hoy.

3. La Palabra ilumina

Alborear del primer día después del sábado, alborear de una creación nueva: Jesús ha realizado por completo en la tierra la obra que el Padre le encomendó (cf. Jn 17,4), y en el séptimo día reposo en el seno de la misma tierra para preparar su transfiguración desde dentro. Sin embargo, no todos son capaces de captar lo que está sucediendo, puesto que solo la fe y el amor iluminan la mirada interior. 

Los guardias del sepulcro y en también la intervención sobrenatural; sin embargo, quedan presos, primero, del temor y, después, de la avidez y de la mentira. En cambio, ¡cuánta luz inunda el corazón de los discípulos de Jesús, mujeres humildes fieles en el amor hasta la muerte! En la oscuridad del sepulcro vacío se enciende la antorcha de su fe, que de inmediato se vuelve misión, camino hacia los hermanos. 

Tampoco falta nunca, en la vida, las noches de la ausencia o incluso dela «muerte de Dios», cuando la esperanza parece verdaderamente sepultada bajo la decepción, bajo los repetidos fracasos. Sin embargo, el Señor prepara en esa oscuridad nuestra misma resurrección, la nueva criatura muerta al pecado y viva para Dios.

Debemos ser capaces de creer contra toda evidencia tomando del Evangelio la fuerza de la fidelidad: las mujeres que habían seguido a Jesús desde Galilea para servirle (cf. 27,55) no renuncian a seguirle y a servirle también cuando, con su muerte, todo parece acabado. Por su perseverancia y entrega las espera el Resucitado; también nos espera a nosotros, precisamente allí donde son más densas las tinieblas, para introducirnos en su misterio pascual. Allí donde nosotros ya no esperaríamos nada, Cristo nos ha preparado la magna alegría de un encuentro vivificante con él, para hacernos verdaderos discípulos suyos y enviarnos, en su nombre, a nuestros hermanos. 

No hay noche sin aurora, porque el día y la noche fueron creados en vistas al alba de la resurrección, que se hace presente de nuevo, con toda su eficacia de gracia, en la vida de cada discípulo de Jesús.

4. Dialoga con el Señor

¿Vivo con la alegría de que estoy en el "bando vencedor" de la muerte y el pecado?

Concédeme, Señor, la mirada límpida de la fe y enciende en mi corazón un amor ardiente por ti, a fin de que pueda experimentar en cada acontecimiento la luz de tu misterio pascual, de tu pasión, muerte y resurrección, la ocasión de gracia en la que tú me esperas para un encuentro siempre renovado, para una misión más eficáz con los hermanos, para una alegría grande y sin fin.

Dios te bendiga

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