8 - Las bienaventuranzas (Mt 5, 1-8)

DÍA 8

1. Invocación Espíritu Santo


2. Palabra de Dios

Comenzamos durante unos días la parte del Sermón de la Montaña, del capítulo 5 al 7

Las bienaventuranzas (Mt 5, 1-8)

1 Al ver Jesús el gentío, subió al monte, se sentó y se acercaron sus discípulos; 2 y, abriendo su boca, les enseñaba diciendo:

3 «Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.

4 Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra.

5 Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.

6 Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados.

7 Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.

8 Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.

9 Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.

10 Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.

11 Bienaventurados vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa.

12 Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo, que de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros.

13 Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente.

14 Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte.

15 Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa.

16 Brille así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos.


3. La Palabra ilumina

Son dichosos los pobres, porque de ellos es, desde ahora, el Reino de los Cielos: se han configurado, en efecto con Cristo, que de rico se hizo pobre por nosotros. 

Dichosos los humildes, es decir, los que esperan con paciencia la salvación de Dios; dichosos los que están tristes, los que, frente al mal del mundo, derraman lágrimas de sufrimiento, de arrepentimiento y de intercesión: Dios mismo los consolará en Cristo en la resurrección. Están después los que tienen hambre y sed de hacer la voluntad de Dios, es decir, de realizar la justicia de una manera íntegra y generosa.

Vienen, a continuación, los misericordiosos: se abre con ellos la segunda serie de las bienaventuranzas, donde se presentan las exigencias "operativas" indispensables para entrar en el Reino de los Cielos. El Misericordioso (cf. Ex 34,6) declara bienaventurado al que practica el amor la forma de perdón ilimitado y de socorro activo.

Siguen los que tienen un corazón limpio, es decir, los que no aceptan la maldad en su ser íntimo; a ellos se les promete la realización del más profundo de los deseos de los justos: "ver a Dios" algo que tendrá su cumplimiento en la Jerusalén de allá arriba (cf. Ap 22, 4). Luego vienen los que construyen la paz: serán reconocidos como hijos del Dios, que hace salir su sol sobre los buenos y sobre los malos (cf. Mt 5,45).

En la octava bienaventuranza vuelve a aparecer la expresión "hacer la voluntad de Dios", "justicia": es bienaventurado el que es capaz de adherirse de manera incondicional a la voluntad de Dios sin retroceder frente a las persecuciones. Esta bienaventuranza está recogida en la última fórmula, donde se produce un significativo cambio de sujeto. Se pasa de la tercera persona del plural a un "vosotros" bien determinado: los discípulos, ellos han sido llamados a sufrir por causa de Jesús.

Con todo, el seguimiento no comporta solo incomprensión y hostilidad, sino también una gran exultación, porque a través de la cruz conduce a la gloria. Ese seguimiento vivido de una manera integral, hace a los discípulos de modo individual y comunitario, "sal", porque difunden el Evangelio que da sabor a la vida; "luz", porque anuncian a Jesús, luz del mundo, y "ciudad" situada en la cima de un monte, bien visible para todos, no porque se jacten de sí mismos, sino porque sus obras y su vida dan testimonio de la gratuidad del amor de Dios y darán gloria al Padre celestial.


4. Dialoga con el Señor

¿Cuál es la bienaventuranza que más te cuesta vivir? Pídele la gracia para vivirla.

Dios te bendiga.

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