5 - Juan el Bautista y el bautismo de Jesús (Mt 3, 1-17)

DÍA 5

1. Invoca al Espíritu Santo


2. La Palabra de Dios

Juan el Bautista y el bautismo de Jesús (Mt 3, 1-17)

1 Por aquellos días, Juan el Bautista se presenta en el desierto de Judea, predicando: 2 «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos».

3 Este es el que anunció el profeta Isaías diciendo: «Voz del que grita en el desierto:

“Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos”».

4 Juan llevaba un vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre.

5 Y acudía a él toda la gente de Jerusalén, de Judea y de la comarca del Jordán;

6 confesaban sus pecados y él los bautizaba en el Jordán. 

7 Al ver que muchos fariseos y saduceos venían a que los bautizara, les dijo: «¡Raza de víboras!, ¿quién os ha enseñado a escapar del castigo inminente? 8 Dad el fruto que pide la conversión. 9 Y no os hagáis ilusiones, pensando: “Tenemos por padre a Abrahán”, pues os digo que Dios es capaz de sacar hijos de Abrahán de estas piedras. 10 Ya toca el hacha la raíz de los árboles, y todo árbol que no dé buen fruto será talado y echado al fuego.

11 Yo os bautizo con agua para que os convirtáis; pero el que viene detrás de mí es más fuerte que yo y no merezco ni llevarle las sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego. 12 Él tiene el bieldo en la mano: aventará su parva, reunirá su trigo en el granero y quemará la paja en una hoguera que no se apaga».

13 Por entonces viene Jesús desde Galilea al Jordán y se presenta a Juan para que lo bautice.

14 Pero Juan intentaba disuadirlo diciéndole: «Soy yo el que necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?».

15 Jesús le contestó: «Déjalo ahora. Conviene que así cumplamos toda justicia». Entonces Juan se lo permitió.

16 Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrieron los cielos y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él.

17 Y vino una voz de los cielos que decía: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco».


3. La Palabra ilumina

Ante este evangelio difícil me encuentro como Juan, que no comprende y repite a Jesús: Soy yo quien necesita ser bautizado y eres tú, sin embargo, el que viene como alguien que tiene necesidad. ¿De qué te sirve a ti el bautismo? Y Dios, en la fila con los pecadores, repite: es justo. Justicia es lo que Dios quiere, y quiere un Hijo que se haga hermano, Cordero que lleve sobre sí el pecado del mundo, que se sumerja en nuestro mal, para salir juntos a la superficie, para un cielo que se abre, para una voz que te llama hijo, para una paloma que aletea sobre tu caos, sobre tu cosmos.

Soy como Juan y quisiera impedirlo, porque me espero un Dios diferente. Jesús, Dios-con-nosotros, aparece donde nunca le habríamos esperado, mezclado con los pecadores para recibir un bautismo de penitencia y de conversión.

Jesús recibe sobre sí no tanto el agua del Jordán como nuestra humanidad: eso es el bautismo. Y se sumergirá en la muerte, como nosotros. Se sumerge ahora en nuestro límite, Dios-con-nosotros, y va lejos va al interior de la fragilidad de la caña que es el hombre; van tan al interior y tan lejos para que nadie se sienta tan solo que no pueda ser alcanzado por el cielo desgarrado, por una voz de Padre, por un agua que es nueva génesis, por una paloma que expresa amor. Aparece la revelación de quién es el hombre porque en Cristo cada hermano se convierte en hijo. Y las palabras «este es mi Hijo amado» están dirigidas a mí, me revelan a mí mismo. 

Cada uno es hijo amado de Dios, Dios ama a cada uno. Le repite a cada uno: «Tienes todo mi amor. Tú eres mi hijo». Soy hijo porque vivo de mis fuentes. Ahora bien, ¿es Dios verdaderamente la fuente de mis palabras, de mis opciones? Si es así, toda vida humana se vuelve en cierto modo relato de Dios; toda vida es teología, habla de Dios, revela algo de Cristo. Cada uno de nosotros es un Cristo incipiente, un hijo inacabado.

Jesús comprende en el Jordán que su vocación es ser hijo, es decir asemejarse a Dios, mostrar cómo actúa Dios. Y nuestra vocación es la misma: actuar en el mundo como actúa el Padre: «Sed perfectos como el Padre», «Sed misericordiosos como el Padre», el Dios cuya perfección consiste en la misericordia.

Bendigamos esos momentos de gracia estupenda, en los que nos parece escuchar dirigidas a nosotros estas palabras: «Tú eres mi hijo, eres mi predilecto, en ti he puesto todo mi amor» 


4. Dialoga con el Señor.

Háblale de lo que te sugiere el texto anterior...

Dios te bendiga.


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