Del olivete al Calvario, meditaciones de la pasión - Velad y orad

17. Velad y orad

Velad y orad para que no entréis en tentación. El espíritu, si está pronto, mas la carne es débil (Mt 26,41; Mc 14,38).

"Dijo el Señor (Lc 18,1): 'Conviene orar siempre y no desfallecer'. Y añadió (Lc 18,8): 'Pero ¿crees que al venir el Hijo del hombre encontrará fe en la tierra?' Si flaquea la fe, acaba la oración. Nadie ora si no cree. De donde el Apóstol (Rm 10,13.14): 'Todo el que invocare el nombre del Señor, será salvo'.

Y en prueba de que la oración emana de la fe, como el río del manantial, agrega: "¿Cómo invocarán en quien no creyeron?". Haya fe para poder orar. Y para que no decaiga la fe, mediante la cual oramos, oremos. A fin que no decayese la fe en medio de las tentaciones, dijo el Señor. 'Velad y orad para que no entréis en tentación'. No entréis en tentación, saliendo de la fe. Adentraos en la fe (y con la fe, en el Espíritu de Dios), y no entraréis en la tentación" (cf. San Agustín, Serm. 115,1).

Sólo gusto y facilidad restan mérito al régimen de oración. Van bien la facilidad y el gusto, en los comienzos de la fe. Más tarde, venida la prueba, ha de responder uno, y no dormirse en el poder de Jesús ni en el deleite de Dios.

En la promesa del justo se percibe la humildad. En la humildad, la fe. En la fe, la vigilia en oración. Todo por caminos de luz. Dios sabe en qué se habría resuelto Getsemaní entre discípulos animados del Espíritu de Dios.

Pero duermen otros, y duerme Pedro. No oran otros, ni ora él. Hace lo que todos, aunque prometa más que nadie. ¿Dónde quedan las palabras: "Aunque todos, yo no"? Le traiciona su buen corazón. Jesús podría dirigirse a él ante la universal defección. "¿Te parece bien dormir, ahora que con tristeza mortal mendigo vuestra compañía? A mi servicio tiene el Padre doce legiones de ángeles. En su lugar yo os prefiero. No has podido velar una hora conmigo. Los ángeles os envidian mi compañía, en las horas de esta noche. Las que pasaron, no volverán. A poco, sabréis lo que dejasteis pasar. Y lloraréis amargamente el descuido. Nunca fue costumbre mía insistir, ni obtener con apremios lo que sin ellos no me dan.

Mucho me quieres, Simón, y te lo entiendo; pero a tu modo. Mucho te falta aún para quererme como os quiero yo".

Habíales exhortado a los tres, a orar con Él ante el peligro inminente Judas entre tanto se movía, atento a llevar a término de una vez su traición

Imagen clarísima la actitud de los Once y de Judas de cuanto ha sido en siglos hasta hoy. Los sucesores de los Apóstoles, en vez de imitarles en la virtud, les imitan muchas veces en el sueño. Duermen cuando  deberían sembrar virtudes entre los fieles, y confesar la fe. En tanto, los enemigos velan para sembrar vicios y arrancar la fe, y hacen lo posible para crucificar de nuevo a Cristo.

La tristeza de los Apóstoles ante la advertencia del Maestro es loable; no así, ceder a la tristeza hasta caer en el sueño. Afligirse por la ruina del mundo y llorar las culpas de los hombres, es signo de grandeza de ánimo. "Estaba yo sentado en solitario y lloraba" (Lam 3,28). "Sentime desani- mado porque los pecadores desertan de tu ley" (Sal 118,53). Es la tristeza según Dios de que habla san Pablo (cf. 2 Cor 7,10). Loable, siempre que no se extralimite. Un pastor de almas, que por ceder a la tristeza, se deja vencer del sueño, y abandona las cosas de su ministerio, no va según Dios. Para quien trabaja en las cosas divinas, abandonarse a la tristeza equivale a desesperar de Dios. Los pastores no son responsables únicamente de su alma. Ni pueden, por lo mismo, refugiarse en el silencio. El buen pastor da la vida por sus ovejas. No obra como buen pastor el que salva la propia vida con detrimento de la grey. ¿Qué decir de quienes por vileza reniegan públicamente de Cristo? Imitan no la debilidad de Pedro, cuando abandonado al sueño; sino su apostasía, cuando despierto abjuró reiteradamente del Maestro. Aun esos, podrán como Simón Pedro cancelar con lágrimas su traición. Bastará que, vueltos en si, respondan con ánimo contrito a la mirada de Jesús... (cf. Sto. Tomás Moro, Tristitia Christi, 259ss).

Velad pues y orad. Aún es tiempo. El espíritu está pronto, mas la carne es flaca. Si no despertáis a orar, acabaréis por abandonarme a los enemigos. Sucumbiréis a la tentación. Os dispersaréis como ovejas sin pastor. No basta el lenguaje del corazón. Los buenos sentimientos hermanan con los suspiros. Las palabras son aire y van al aire.

La tentación está a punto de caer sobre los Once. Aún les queda tiempo de orar. El Padre les asociará al Hijo en la Pasión.

Nunca es tarde para corregir con la plegaria de última hora el sueño de las primeras. Al hijo pródigo que enmendó a última hora ausencia tan larga de vicio, le recibió el Padre con inmenso cariño. Ya que faltemos a la oración primera y segunda, no faltemos a la última. El que a ella falta, falta a la unidad.

Un camino tomará Jesús, y otro los Once. Todo lo llovido, ¿a dónde va? El Maestro en solitario a la Pasión. Y ellos... Nadie sabrá de ellos. Ni el Maestro dirá nada, cuando por ellos le interroguen. El enemigo querrá zarandearlos. Uno de los Doce se perderá. Los demás correrán peligro también de perderse. Desde que viven con Jesús, él les ha custodiado del mal.

La gran virtud no se improvisa. Creían ellos moverse, hablar, hacer mil cosas sin Él; seguros de conocerse. Tan en tinieblas de si estaban, como en las del huerto. Nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo revelare (cf. Mt 11,27). ¿Se conocían ellos así?

Adán tuvo que salir del paraíso para comprender el misterio de su naturaleza. Lo terreno, venido del barro; y lo divino, de Dios. Los Once iban a repetir, a su modo, la triste experiencia de Adán. En comunión con Jesús, habrían sido lo que Jesús. Apartados de él, sarmientos sin vid.

Una cosa buena trae la tentación, igual que la caída grave. Enseña al hombre lo que, sin Él, es. Todo lo que sin Él puede hacer, que es mucho. Mejor fuera no aprender así. Mas, tan poca cosa como somos, quiera Dios no mirar nuestras iniquidades, y sacarnos del mal para adentrarnos en Él.

Entre tanto "andando con humildad y procurando saber la verdad, sujetas a confesor, fiel es el Señor: creed que, si no andáis con malicia y no sentís soberbia, con lo que el demonio os pensare dar la muerte os dará la vida. Sujetas a lo que tiene la Iglesia, no hay que temer, aunque... por hacer turbar el alma para que no goce tan grandes bienes, os pondrá el demonio mil temores falsos y hará que otros os los pongan, porque, ya que no puede ganarnos, al menos procura que perdáis algo... Hace dos daños muy conocidos: el uno, que pone temor de llegarse a la oración pensando han de ser también engañados; el otro, quita a muchos de llegarse más a Dios" (Sta. Teresa, Camino de perfección, 69,4s/ 70,1).

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