Sobre el ayuno eucarístico.

Comparto algunos pensamientos de un gran teólogo que pueden ayudarnos en este tiempo de ayuno eucarístico. Este ayuno que nos prepara para una Comunión más deseada y para acompañar y experimentar como tantos otros cristianos que por distintas circunstancias no tienen acceso a la eucaristía como nosotros de ordinario 

El gran teólogo se pregunta: «¿qué debemos decir de los muchos cristianos que creen y esperan en el Señor, tienen añoranza por el don de su cuerpo pero no pueden recibir el sacramento?» Aclara que se refiere tanto a los que materialmente no pueden acercarse a la eucaristía como a los que les está prohibido por la disciplina de la Iglesia. Comenta a continuación que, en la edad media, Guillermo d’Auvergne (s. XIII) expresaba «una idea consoladora y estimulante: para no pocos la carga de la exclusión de la comunión es tan pesada de llevar como el martirio. Pero a veces uno, sin poder comulgar, progresa más en la paciencia y en la humildad que en la situación de participación en la comunión externa».

«Por ello, el que está impedido de recibir la comunión «está sostenido por el amor del cuerpo vivo de Cristo, por el sufrimiento de los santos que se suman tanto a su sufrimiento como a su hambre espiritual, mientras ambos, comunidad terrena y comunidad celestial, son abrazados por el sufrimiento, el hambre, la sed de Jesucristo, que nos lleva y soporta el peso de todos nosotros. Por otra parte, el sufrimiento del excluido, su tender hacia la comunión (del sacramento y de los miembros vivos de Cristo), es el vínculo que lo mantiene unido al amor salvador de Cristo. Desde ambas partes, pues, el sacramento y la comunión eclesial visible construida a partir de él están presentes y son irrenunciables. De esta forma, aquí también se lleva a cabo “la curación del amor”, la intención definitiva de la cruz de Cristo, del sacramento, de la Iglesia. Se comprende así cómo la imposibilidad de la comunión sacramental puede conducir paradójicamente al progreso espiritual en el sufrimiento de la distancia, en el dolor de la nostalgia y del amor que surge de ella, mientras que la rebelión –como dice con razón Guillermo d’Auvergne- disuelve necesariamente el sentido positivo, edificante, de la excomunión. Rebelión no es curación, sino destrucción del amor.»

«A este respecto, se me impone una reflexión pastoral de forma más genérica. Cuando san Agustín sintió que se aproximaba su muerte, se “excomulgó” a sí mismo, cargó sobre sí la penitencia eclesiástica. En sus últimos días se solidarizó con los pecadores públicos que buscaban el perdón y la gracia sufriendo la renuncia a la comunión (cf. F. van der Meer, Augustinus der Seelsorger). Quería salir al encuentro de su Señor con la humildad de aquellos que tienen hambre y sed de justicia, hambre y sed de él, del justo y misericordioso. En el trasfondo de sus predicaciones y escritos, que describen de forma admirable el misterio de la Iglesia como comunión con el cuerpo de Cristo y como cuerpo de Cristo a partir de la eucaristía, este gesto tiene en sí algo de conmovedor. Cuando más a menudo reflexiono sobre ello tanto más pensativo me deja. ¿No tratamos hoy a menudo superficialmente la recepción del santo sacramento? ¿No sería a veces provechoso e incluso necesario tal ayuno espiritual para una profundización y renovación de nuestra relación con el cuerpo de Cristo?»

«La Iglesia antigua conoció una práctica expresiva más alta en esta dirección: ya desde los tiempos apostólicos el ayuno eucarístico del viernes santo perteneció a la comunión espiritual de la Iglesia. Precisamente la renuncia a la comunión en uno de los días sagrados del año litúrgico que se hubiera celebrado sin misa y sin comunión de los fieles era una forma especialmente profunda de participación en la pasión del Señor: el dolor de la novia a la que le ha sido arrebatado su prometido (cf. Mc. 2,20). Pienso que también hoy tendría su buen sentido, si se piensa y si también se experimenta, un ayuno eucarístico de este tipo en determinadas ocasiones elegidas cuidadosamente, quizá en días penitenciales (¿por qué no, por ejemplo, otra vez el viernes santo?) (…) Tal ayuno —que, naturalmente, no puede ser arbitrario, sino que tiene que ordenarse bajo la guía espiritual de la Iglesia— podría ayudar a una profundización de la relación personal con el Señor en el sacramento; podría ser también un acto de solidaridad con todos aquellos que añoran el sacramento pero que no pueden recibirlo. Me parece que el problema de los divorciados vueltos a casar (…) supondría una carga mucho menor si tal ayuno espiritual voluntario pudiese reconocer y afirmar de forma igualmente visible que todos nosotros dependemos de aquella “curación del amor” que el Señor ha efectuado en la última soledad de la cruz. Por supuesto que (…) el ayuno presupone la situación normal del comer en la vida tanto espiritual como biológica. Pero, con todo, necesitamos una medicina contra la caída en la mera rutina y su pérdida de sentido espiritual. A veces necesitamos el hambre —física y espiritual— para entender de nuevo los dones del Señor y para comprender el sufrimiento de nuestros hermanos que tienen hambre. El hambre, tanto espiritual como física, puede ser un vehículo del amor».

JOSEPH RATZINGER: Convocados en el camino de la fe. La Iglesia como comunión (Ed. Cristiandad, Madrid, 2004), pg. 87-92

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