Un nuevo comienzo

La reconciliación es un sacramento impresionante. Es realmente agridulce en cierto modo, pero acaba con un gran gozo. Para poder entenderlo hay que experimentarlo... no valen las palabras solo, sino que uno mismo tiene que vivirlo.

Un vídeo interesante:

Ahora tienes tres opciones:
  1. Seguir leyendo esta catequesis.
  2. Ir al final a ver otros dos vídeos muy interesantes, para los cansados, o los que prefieren mirar y escuchar... Luego puedes volver para leer...
  3. La opción más fácil, cerrar el chiringuito y pasar de esto (podrás volver cuando quieras...)
Yo puedo contarte lo que es, cómo prepararte, acompañarte, pero es uno el que se tiene que lanzar a la aventura del amor de Dios y a pedir su misericordia.

De esto va el sacramento de la reconciliación, de pedir a Dios, que es el único que puede, que restaure nuestra relación con Él.

¿Por qué tiene que ser restaurada nuestra relación con Dios? Porque el hombre se equivoca, cae, realiza acciones que hacen daño a los demás, a uno mismo o incluso a Dios. Las acciones que hacen daño a los demás o a uno mismo también hacen daño a Dios, recuerda: “En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis” (Mt 25, 40). A Dios le afectan nuestros actos frente a los demás (Catecismo 1849).

Estos actos de los que hablamos son el pecado: aquellas acciones, palabras o pensamientos que hacen daño a uno mismo, al prójimo y a Dios, son aquellos actos que el Señor nos ha enseñado en su ley que no ayudan a construir un reino ni a ser felices. La ley de Dios no es un una imposición ni un conjunto de normas, sino un camino para alcanzar la vida eterna, para alcanzar la felicidad.

Los mandamientos de Dios y de la Iglesia no son una losa o un peso, son las luces que iluminan las escaleras para poder subir al cielo.

Hablemos del pecado...

Para caer en un pecado se requieren tres cosas:
  • Materia: un acto grave, de los contenidos en los mandamientos de Dios o de la Iglesia
  • Conocimiento: saber en el momento que esa acción es algo grave que rompe la relación con Dios, con la Iglesia, con el prójimo y con uno mismo.
  • Consentimiento: libremente y con conocimiento actuar con esa acción.

Se puede hacer diferentes distinciones sobre los pecados, una de las más claras es aquella que distingue dos tipos según la gravedad:
  • Mortal: es aquella acción que es contraria al amor de Dios, al amor al prójimo y a los mandamientos de Dios y de la Iglesia que se comete con conocimiento de que es pecado y se hace en libertad. Rompe mortalmente y destruye la relación con Dios, la comunión, el que podamos recibir la gracia de Dios en plenitud. El pecado mortal, por tanto, rompe la amistad por completo.
  • Venial: aquellas acciones que disminuyen la relación con Dios, que hacen que sea débil. La suma de varios pecados veniales no hace un pecado mortal, pero sí que acaba debilitando tanto nuestra vida que nos lleva a caer al pecado mortal. Por ejemplo, tener una vana autoestima o una vana satisfacción en lo que no nos atañe y no poner remedios; recibir la comunión de manera despreocupada, con distracciones; admitir en el corazón toda sospecha infundada, todo juicio injusto contra el prójimo; etc.

¡Hay remedio!

¡Pero esto puede ser restaurado y perdonado! El amor de Dios es más fuerte que nuestro pecado, Dios envió a su Hijo para vencerlo y para que nosotros también podamos vencer con Él.

Jesús envió a sus discípulos y les dio este poder: “Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».” (Jn 20, 22-23) Este poder se lo concede Jesús a los apóstoles, sus sucesores y colaboradores son los obispos y los sacerdotes.

En el Evangelio encontramos numerosos momentos en los que Jesús habla del perdón y de la alegría: “Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.” (Lc 15,7) En el capítulo 15 de Lucas encontramos las grandes parábolas de la misericordia que nos ayudan a conocer el amor infinito de Dios Padre por cada uno de nosotros.

Sumergirse en el amor y la misericordia de Dios es una de las mejores decisiones que el cristiano puede tomar. Experimentar la predilección y que Dios nos levanta de nuestra miseria es una gran alegría.

Un poco de práctica...

Recordemos en qué consiste la confesión y cómo acercarnos a este Sacramento:
1. Examen de conciencia. A la luz de Dios, de su palabra, dedicamos unos minutos a revisar nuestra vida desde la última confesión. No se trata simplemente de hacer un “cuestionario”, sino de dejar que seamos guiados por la Palabra de Dios, por ejemplo, con la parábola del Hijo pródigo (Lc 15, 11-32). 
Cada uno podría hacer su propio “cuestionario” según su vida y sus caídas. Hay infinidad de exámenes de conciencia, en cada enlace puedes encontrar uno:

 Para niños

Para adultos

(especialmente para cuando no te confiesas desde hace mucho)

Para adolescentes y jóvenes 

2. Dolor de los pecados. Hemos caído, hemos roto la relación con Dios y esto nos afecta en nuestra vida, nos hace sufrir, como al que ha roto la amistad con un amigo. Es importante que seamos conscientes de que hacemos mal y daño a Dios, a nosotros mismos o a los demás, de que hay cosas que no hacemos bien, de que existe el mal... y para ello es necesario formar la conciencia, aquel lugar que diferencia el bien y el mal.
3. Propósito de enmienda. Es la intención de no caer en el pecado, de rechazarlo. Va unida al dolor de los pecados y forma parte del arrepentimiento.
4. Decir todos los pecados al confesor. Dios ha elegido a los sacerdotes para que sean cauces de la gracia. Hemos hecho daño a Alguien y hay que pedir perdón a la Iglesia y, en nombre de la Iglesia, a los sacerdotes, que en ese momento actúan en nombre de Cristo.
  • Uno se acerca al sacerdote y le saluda “Ave María purísima” o “En el nombre del Padre…” Para reconocer la presencia de Dios en este momento.
  • Contamos cuándo fue la última confesión aproximadamente.
  • Decimos los pecados. El manifestar los pecados en voz alta y en libertad, pese a que sea algo que humille, nos libera, quita un peso de encima. Es importante decir todos, si no, estamos mintiendo y no dejamos que de verdad Dios nos perdone. Es como tener un bulto en el bolsillo del pantalón y decir que no guardamos nada. A nosotros tampoco nos sienta bien que el otro no reconozca que hay algo que no ha hecho bien.
  • Escuchamos lo que el confesor nos diga, dejamos que nos aliente... Es un momento en el que podemos recibir una luz de Dios fuerte, estemos atentos. Nos impondrá una penitencia (hablaremos de ella más adelante).
  • Podemos decir alguna pequeña oración en alto como un acto de contrición o que muestre nuestro arrepentimiento “Jesús, hijo de David, ten compasión de mi”, “Jesús apiádate de mí que soy un pecador”…
  • Escuchamos la absolución, que es la oración sacramental que nos perdona los pecados. Supone volver a nacer con Dios a una relación nueva, restaura la relación con Dios, con la Iglesia y con uno mismo. 
Los gestos corporales ayudan, es bueno ponerse de rodillas, si es posible, como signo de penitencia y de pedir el Espíritu Santo: “Dios Padre misericordioso, que reconcilió consigo el mundo por la muerte y la resurrección de su Hijo y envió el Espíritu Santo para la remisión de los pecados, te conceda por el ministerio de la Iglesia, el perdón y la paz. Y YO TE ABSUELVO DE TUS PECADOS EN EL NOMBRE DEL PADRE Y DEL HIJO Y DEL ESPÍRITU SANTO.” Responde el penitente: “Amén”.
  • El sacerdote te puede despedir diciéndote estas u otras palabras: “Dad gracias al Señor porque es bueno” y el penitente responde: “porque es eterna su misericordia”. Son palabras de un salmo.
5. Cumplir la penitencia, la satisfacción. El confesor tras escuchar los pecados y darnos unas palabras de aliento y de ayuda, nos impone una penitencia que debemos aceptar con humildad o manifestar con sencillez que no somos capaces de cumplirla. Los pecados dañan al prójimo pues hay que reparar el daño realizado, restituir lo robado, compensar las heridas hechas… Además, el pecado hiere y debilita al pecador y la penitencia es una acción que repara la salud espiritual del pecador. Puede ser de distintas formas: una oración, una obra, un acto de caridad o misericordia…
La Iglesia pide que se celebre al menos una vez al año el sacramento de la reconciliación o de la confesión, pero la experiencia de alguien que se confiesa cada cierto tiempo, una vez al mes o cada dos meses, es muy reparadora y ayuda a vivir en mayor libertad y felicidad, además de ayudar a superar dificultades, errores... Pero especialmente es necesaria si hay pecados mortales para así poder estar en comunión con Dios y vivir en su gracia.

Esto ultimo es muy importante, si hay pecados mortales no debemos acercarnos a recibir los sacramentos. Para entenderlo mejor veamos una imagen: uno no sirve agua en un vaso sucio, pues el agua se mancha y no la beberíamos, nos haría daño; primero limpiamos el vaso y después servimos el agua. Lo mismo sucede con nuestra vida, si está manchada por el pecado y recibimos los sacramentos, estos no producen frutos en nosotros, sino que cometemos un pecado mayor.

No compartimos la vida con alguien con quien nos hemos enfadado y nos ha hecho daño, primero esperamos el perdón y después sí se comienza a compartir.

Este sacramento forma parte del “mayor regalo” que Dios nos da, su amor, ¡eres amado incondicionalmente por Dios! Dios es un Padre bueno que quiere darte la vida, para eso envió a Jesús, para que tengamos vida y vida en abundancia.

Acércate… ¡Compruébalo!... ¿Qué puedes perder?

Conclusión

Te sorprenderá este vídeo:




Y, por último, este es un resumen de los pasos de la Confesión:



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