55. Orar con la liturgia: oración colecta del Domingo XXIV del Tiempo Ordinario
Oración colecta:
Míranos, oh Dios, creador y guía de todas las cosas,
y concédenos servirte de todo corazón,
para que percibamos el fruto de tu misericordia.
Por nuestro Señor Jesucristo
Introducción
Esta colecta nos introduce en una actitud de confianza filial: nos ponemos bajo la mirada de Dios, nuestro Creador y guía. Él no solo nos ha dado la vida, sino que la conduce con sabiduría y amor hacia su plenitud. En esta oración pedimos la gracia de servirle con un corazón íntegro, libre de doblez, de modo que toda nuestra vida sea una ofrenda viva. Solo quien sirve desde el corazón experimenta el fruto más dulce de la misericordia: saberse mirado, amado y sostenido por Dios en todo momento.
Servir con todo el corazón no es solo cumplir con deberes religiosos, sino dejar que la misericordia de Dios transforme nuestras intenciones, nuestras acciones y nuestras relaciones. Así, nuestra vida se convierte en un reflejo de su amor activo en el mundo.
1. Invocación inicial
Oh Dios, Creador y guía de todas las cosas,
míranos con bondad y misericordia.
Concédenos servirte de todo corazón,
sin reservas ni temores,
para que experimentemos el fruto de tu amor
que sana, perdona y renueva.
Amén.
2. Escucha y meditación de la oración colecta
“Míranos, oh Dios, creador y guía de todas las cosas…”
La mirada de Dios no es una observación distante: es mirada de amor que crea, restaura y orienta. Pedimos ser vistos por Él, reconocidos y sostenidos por su providencia. En su mirada encontramos identidad y dirección.
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¿Creo que la mirada de Dios sobre mí es de amor y ternura, o la temo como juicio?
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¿Permito que su mirada me oriente, o me dejo guiar por mis propias luces?
“…concédenos servirte de todo corazón…”
Servir a Dios es responder al amor recibido. Pero el servicio que agrada a Dios nace del corazón —no del interés, ni del deber vacío—. Servir de todo corazón es hacerlo con alegría, con entrega sincera, con libertad interior.
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¿Sirvo a Dios por amor o por costumbre?
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¿Hay en mi corazón un deseo de servir con gozo, incluso en lo pequeño y oculto?
“…para que percibamos el fruto de tu misericordia.”
El servicio pleno no busca recompensa, pero siempre recibe un don: el fruto de la misericordia. Ese fruto es la paz interior, el perdón, la alegría de saberse amado incondicionalmente. Percibir el fruto de la misericordia es experimentar que todo, incluso el cansancio o el dolor, puede convertirse en gracia cuando se vive en comunión con Dios.
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¿Reconozco en mi vida los frutos de la misericordia divina?
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¿Sé agradecer los signos cotidianos del amor de Dios?
3. Oración personal
Señor, Creador y Guía de mi vida,
tú me miras con ternura y conoces mi corazón.
Hazme fiel en el servicio,
libre de egoísmo y de temor.
Que todo lo que haga brote del amor
y sea ofrenda agradable a Ti.
Dame la gracia de reconocer
el fruto de tu misericordia
en mis días, mis luchas y mis gozos.
Amén.
4. Contemplación
Imaginemos la mirada de Dios posándose sobre el mundo como un sol que ilumina y da vida. Nada escapa a su luz: cada gesto, cada dolor, cada esperanza. Él guía con paciencia, como un pastor que conoce a cada oveja.
En silencio, dejémonos mirar por Dios. Dejemos que esa mirada sane lo que está herido, aclare lo que está confuso y despierte en nosotros el deseo de servirle con todo el corazón.
Su mirada no oprime: libera. No acusa: consuela. No exige: invita. En ella está el fruto de su misericordia.
5. Compromiso
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Repetir durante el día: “Señor, mírame con tu misericordia y hazme servirte con todo el corazón.”
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Realizar un servicio concreto —en casa, en la comunidad, en el trabajo— con espíritu de amor gratuito.
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Reconocer, al final del día, un “fruto de la misericordia” que haya brotado en mi vida.
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Confiar en la guía providente de Dios, aun en los momentos en que no se ven los caminos.
Oración final
Míranos, oh Dios, creador y guía de todas las cosas,
y concédenos servirte de todo corazón,
para que percibamos el fruto de tu misericordia.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo,
Dios por los siglos de los siglos.
Amén.
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