Formación V Semana de Cuaresma. COMENTARIO AL PREFACIO DEL DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR
Formación V Semana de Cuaresma.COMENTARIO AL PREFACIO DEL DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR
Un lugar donde profundizar en la liturgia que nos lleva a una espiritualidad litúrgica es adentrarnos en los textos litúrgicos, uno de ellos es el prefacio de la eucaristía.
El prefacio es literalmente -pre factum- "antes del hecho", antes del gran acontecimiento que sucede en la liturgia eucarística.
El prefacio muestra claramente la acción de gracias a Dios. La parte central del prefacio es la más variable en sus contenidos, según días y fiestas, proclama gozosamente los motivos fundamentales de la acción de gracias, que giran siempre en torno a la creación y la redención. Hay un total de 114 prefacios.
Profundizamos en el prefacio del Domingo de Ramos en la Pasión del Señor, ubicándonos en el umbral de la Semana Santa, aunque todavía en Cuaresma.
El texto:
[Cristo] El cual, siendo inocente,se dignó padecer por los impíos,y ser condenado injustamenteen lugar de los malechores.De esta forma, al morir, borró nuestros delitos, y, al resucitar, logró nuestra salvación.
Un anticipo de todo lo que será vivido en los misterios santos de la Semana Santa y del Triduo pascual es este prefacio. Cristo es inocente y santo, acepta su pasión injusta por salvarnos, destruye la muerte con su muerte nos da nueva vida.
Está entretejido de retazos bíblicos que, a lo largo de la Semana Santa, y muy especialmente, en el Oficio de la Cruz del Viernes Santo, oiremos proclamar. Cristo es el Inocente, el único Justo. Su muerte ni es un accidente ni es un gesto simbólico de solidaridad con los oprimidos, sino una muerte redentora: “se entregó a la muerte por los pecadores”. Ya San Pablo exaltaba cómo Cristo se entrega, admirablemente, por nosotros impíos y pecadores, y eso resulta incomprensible porque, por un hombre de bien, tal vez se atrevería uno a morir. ¡Es la generosidad del Corazón de Cristo con tal de redimirnos!
Cristo es el Inocente
El Inocente, aquel que, totalmente desprendido de sí mismo, libre de todo mal, molesto en la juntura de la médula y del espíritu, en el centro más íntimo de nosotros mismos; aquel que, una vez conocido, rompe toda tranquilidad y ¡vuelve la vida imposible!
El Inocente juzga a la inversa del mundo, porque su punto de referencia está en Dios: él subvierte todo el orden de valores habituales, y entonces él molesta.
Parece inadaptado a los que no saben ver: su punto de estabilidad está en el cielo. Sufre, porque no es de aquí abajo, sino de otro lado, de lo alto. Su vocación es solamente la de existir, según la medida de la enorme incomprensión humana.
Los impíos
Los impíos son aquellos faltos de religión, aquellos que positivamente no acogen la salvación de Dios. En el Evangelio de este Domingo de Ramos en la Pasión del Señor, escuchamos la Pasión y constatamos como hay personas concretas que rechazan la oferta de la salvación. O también nos podemos descubrir a nosotros mismos que nos dejamos llevar por la increencia, otra forma de ser impío.
La increencia es también invitación a la Iglesia para que refleje con fidelidad el rostro de Cristo. El escándalo que puede producir la conducta de los creyentes se encuentra entre los motivos de la increencia. Por ello, la increencia obliga a revisar la forma de vivir de las personas y las instituciones de la Iglesia con la finalidad de que sean mejor reflejo de Jesucristo. Desde esta perspectiva, el Concilio Vaticano II invitó a la Iglesia a una «incesante renovación y purificación»
Condenado injustamente
La justicia es dar a cada uno lo que le corresponde. Cristo fue condenado injustamente, de hecho Pilato se lava las manos pues no ve culpa en Él (cf. Lc 23,4). De entre las ejecuciones, la crucifixión era la peor, pues no solo implicaba crueldad extrema, sino que además despojaba de cualquier resto de honra al ajusticiado. Si algo tenían a gala los romanos era su ciudadanía y ésta la defendían hasta su último aliento de vida. Ninguna muerte o ejecución podía privarlos de ello, salvo la cruz. Ser crucificado les privaba de toda honorabilidad, pues era castigo reservado para esclavos. De hecho, cuando de forma excepcional era crucificado un hombre libre, los romanos quedaban afligidos, sumidos en una profunda consternación.
Al morir borró nuestros delitos y al resucitar logró nuestra salvación
Esa muerte redentora provoca la vida; con su muerte destruye la muerte y el propio pecado, y a nosotros, pecadores, como un intercambio, nos justifica por su santa resurrección.
Conclusión
Más que meditar, deseemos contemplar y vivir estos misterios que se nos dan en la liturgia, paso a paso, hasta desembocar en la Santísima Noche de Pascua, en la Vigilia pascual.
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