Papa, te necesito
Comparto este texto que leí hace unos días realizado por Eduardo Navarro Remís, director adjunto del Instituto Desarrollo y Persona:
Papá, ¿te necesito?
La figura del padre atraviesa momentos de crisis. Hay autores que afirman que vivimos en la cultura del eclipse del padre, porque su presencia se ha ocultado hasta parecer casi irreconocible. Basta con echar un vistazo a su representación en el cine o las series para comprobar que abundan padres ausentes (física o psicológicamente), incompetentes o conflictivos. Padres antipaternos, en definitiva. Por todo ello, hay quien se ha preguntado acerca de la propia necesidad de la figura paterna. Sin embargo y al mismo tiempo, cada vez se perciben más signos que apuntan a un anhelo de encontrar modelos de paternidad buena, un hambre de padre que ansía recuperar su presencia benefactora en la familia y en la sociedad.
Porque, si no estuviera el padre, ¿nos perdemos algo? La respuesta pasa por identificar su aportación específica, diferente y complementaria a la de la madre. De existir esta, su presencia aportaría dones exclusivos y diferenciales y su ausencia no sería neutra.
¿En qué consiste la paternidad y la maternidad? Y, ¿cuál sería esta aportación específica del padre? Vamos a tratar de ofrecer algunas pistas:
- La paternidad/maternidad son identidades, no actividades. Ser padre trasciende la biología. Es una identidad por la que crecemos como personas poniendo a disposición del otro, por amor, los dones recibidos. En el corazón del padre/madre late el deseo de acoger el don y el misterio de la existencia del hijo, aceptar tener una palabra en su destino y ser condición de su crecimiento en todos los niveles, desde los biológicos inferiores hasta los culturales superiores.
- La paternidad/maternidad siempre es oblicua. Nacen al mismo tiempo que el hijo, pero su relación con él no es directa, sino que procede de una relación precedente: la que viven el padre y la madre entre sí y por la que reciben y se entregan mutuamente el don de la paternidad. El hijo vive del amor que cada uno de los padres le entrega, pero, sobre todo, del amor que los padres se tienen entre sí. Y así los padres enseñan a amar al hijo amándose entre ellos y adelantándose a amar al hijo. Eso es lo que significa “predilección”: yo te amo primero.
- Los padres no somos expertos, pero somos educadores natos. Nuestro talento educativo reside en el vínculo de amor incondicional que generamos con el hijo. Un amor tierno y exigente que lo confronta con la verdad de la realidad total. A través del vínculo los padres entregan (todo) y los hijos reciben (todo). Por eso, dada la asimetría de su relación, la virtud propia del hijo es la gratitud y la de los padres la misericordia, sosteniendo al hijo y convirtiendo en ocasión de crecimiento hasta sus errores y debilidades.
- Solo un hombre puede ser padre. Pero esta vocación a la paternidad se vive de modo diferente como padre que como madre. Las virtudes son humanas (tanto del hombre como de la mujer) y los dones y cualidades son individuales (de cada persona en concreto). Pero el padre hace su aportación específica a través de su modo propio de ser persona, es decir, como varón. Por tanto, su aportación es diferente, única e irrepetible, como lo es la persona, y también complementaria a la de la madre. Ser padre consiste en llevar a plenitud la entrega por amor de los dones recibidos como varón. En el núcleo de estos dones se encuentra una potencia masculina, generosa y abundante, que no es fin en sí misma, sino que busca enriquecer la realidad con el don de su contribución creativa y promoviendo una sana autoridad.
- Hija mía, un hombre debe mirarte así. Entre otras cosas, papá enseña a una hija a recibir una mirada buena en su feminidad por parte de un hombre. Una mirada que rescate su valía en aspectos concretos de su persona, cuerpo y alma. Una mirada no erotizada que destaque su valía y que le enseñará a reconocer en el futuro las ocasiones en las que no reciba esta mirada.
- Hijo mío, yo te acompaño al mundo de los hombres. Papá ocupa un lugar privilegiado para ayudar al hijo a descubrir sus dones y a que existen modos diversos de ser varón. El hijo varón, y el vulnerable con mayor motivo, experimenta una gran necesidad del padre, de ser mirado, amado y recibir su aprobación. Un padre que se interese por su crecimiento y sea capaz de valorar no tanto el resultado como el esfuerzo, la tenacidad, el carácter.
En esta tarea necesitamos modelos que nos enseñen que la fuerza del padre no está tanto en los “brazos” como en el corazón, y que reside más en los actos que en las palabras. Por eso podemos acudir a la figura de San José, que nos ayuda a ir a la raíz de lo que significa ser padre. Los padres creen serlo por las fuerzas de la naturaleza, pero San José fue padre del autor de las fuerzas de la naturaleza. Él nos enseña que la verdadera paternidad consiste en acoger sin miedo a la grandeza del desafío; en custodiar al hijo sin deseo de apropiarse de su destino; en aprender a desaparecer cuando sea necesario; y, en definitiva, en aceptar a colaborar con Dios para que Él obre en otro.
Queremos dar las gracias a todos esos padres “suficientemente buenos” que no dejan de ser hijos para aprender a ser padres y que acogen cada día esta maravillosa vocación por la que, a pesar de los errores y debilidades, entienden la paternidad como un don maravilloso que viene de la mujer y en beneficio del hijo. Por todo ello… Papá, ¡te necesito!
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