Formación litúrgica. Comentario prefacio I de Pascua

 Comentario al prefacio I de Pascua


  1. El texto


En verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación
glorificarte siempre, Señor;
pero más que nunca en exaltarte
en este día glorioso (o bien: en esta noche — o bien: en este tiempo)
en que Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado.

Porque él es el verdadero Cordero
que quitó el pecado del mundo;
muriendo destruyó nuestra muerte,
y resucitando restauró la vida.

Por eso, con esta efusión de gozo pascual,
el mundo entero se desborda de alegría,
y también los coros celestiales,
los ángeles y los arcángeles,
cantan el himno de tu gloria
diciendo sin cesar.


  1. Comentario

Es de justicia reconocer la obra de Dios y proclamar su amor, su grandeza y su bondad. Es de justicia, y a la vez, es necesario, para que no caigamos nunca en no ser agradecidos o en la infidelidad al Señor..


Es deber de la Iglesia Esposa cantar la gloria del Señor, y en alabar al Señor, reconocerle y cantarle, radica nuestra salvación, que es quererle y amarle. El prefacio nos ayuda a volcar nuestro amor en la alabanza.


El tono de la Pascua es el de exaltar al Señor, glorificar al Señor. Si siempre hay que glorificar al Señor, más que nunca en esta noche (en la noche de Pascua), en este día (día de Pascua y cada día de la Octava) o en este tiempo (la cincuentena pascual), viendo al Señor que está vivo. Exaltar y glorificar implica un talante jubiloso, un canto vibrante, el alma que se llena de gozo y exulta y grita con éxito y canta, llena de amor.


Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado, una inmolación por amor, para alcanzarnos gratuitamente para nosotros, la salvación deseada y esperada. ¡Cristo es nuestra Pascua! En este ofrecimiento pascual del Señor, su perfecta inmolación, estamos asociados por la Eucaristía: "celebremos la Pascua, no con levadura vieja (levadura de corrupción y de maldad), sino con los panes ácimos de la sinceridad y la verdad" (1 Co 5,8) vivamos en la verdad y en la luz pascual.


Él es el verdadero Cordero que quitó el pecado del mundo, prefigurado en el Cordero pascual del Éxodo cuya sangre salvó al pueblo de Israel del ángel de la muerte. Él, el Cordero señalado por Juan que carga con nuestros pecados y quedan destruidos en la cruz. Es el admirable intercambio por el cual cantamos: ¡Oh feliz culpa que mereció tal Redentor!


Muriendo destruyó nuestra muerte, pues la muerte mordió la carne del Hijo y encontró en ella el veneno de la divinidad. Mató la muerte, muerte la muerte nos ofreció la vida. La terrible muerte, la aniquilación, todas nuestras muertes, han sido destruidas por la muerte del Hijo y su descenso al lugar de las tinieblas. La muerte ha sido absorbida por la victoria.


Resucitando restauró la vida, la vida verdadera, original, proyectada por Dios y ofrecida gratuitamente a quien coma del árbol de la vida, la cruz y su precioso fruto. Árbol que había sido protegido por Dios cuando entró el pecado en el hombre (Gn 3,22-24). La vida es posible, el tiempo de la vida y de la Gracia ha sido abierto por la potencia de la Resurrección de Cristo. El hombre no esta hecho para la muerte, sino para la Vida que ofrece Cristo y que se puede vivir ya. "Si hemos resucitado con Cristo, busquemos los bienes de allá arriba donde está Cristo." (Col 3,1)


La efusión, es el derramamiento de sangre y la expansión intensa de afectos generosos y alegres. Esta efusión de gozo pascual se desborda en el canto y la alabanza. Y es que es propio del alma cristiana vivir en constante efusión de gozo, lejos de toda tristeza, anclados en la esperanza. Efusión de gozo pascual que afina el alma para cantar dignamente el Aleluya, para vivir en la alegría de los cincuenta días de fiesta pascual.


El mundo entero se desborda de alegría, por la resurrección de Cristo, pues ha comenzado un mundo nuevo. Criaturas todas del Señor, bendecid al Señor (Dn 3,57), pues la creación ha sido bañada de la luz pascual, un cielo nuevo y una nueva tierra han quedado inaugurados. Todo es nuevo. El mundo canta jubiloso el cántico de los redimidos: "Aleluya. La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios" (Ap 19,1).


A la alegría de la Iglesia, y al mundo desbordante de alegría se une el cielo, los ángeles, los arcángeles, los Santos y la Virgen María, la Reina del cielo que se alegra; a una voz el cielo y la tierra, la Iglesia peregrina y la Iglesia celestial, cantan la gloria del Señor, su santidad, admirada por la obra de la Pascua.

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